Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Daniel Capó

La concentración de las oportunidades

La paulatina consolidación del sistema bancario español no sólo ha causado un estrechamiento de la oferta -cada vez hay menos actores financieros en el mercado-, sino que una de sus consecuencias ha sido el empobrecimiento de las provincias. Al concentrarse en Madrid los servicios centrales de las entidades bancarias -por definición, son los que ofrecen trabajos mejor remunerados-, se cierran dichos servicios en las distintas regiones de origen. De hecho, el antiguo mosaico de cajas de ahorro y pequeños bancos desperdigados por la geografía española constituía un sano ecosistema de reequilibrio territorial, que todavía se mantiene en muchos otros países europeos como Alemania. Es cierto que, en muchos casos, no había otra alternativa que la concentración. Cuando las cajas de ahorro decidieron ganar tamaño actuando como sucursales de crédito promotor, a menudo fuera de su ámbito geográfico natural, se abrió realmente una caja de Pandora que tendría -pronto lo supimos- consecuencias imprevistas. La gran crisis del crédito global, que estalló en 2008, hizo el resto del trabajo. El empobrecimiento general es hoy un hecho, a medida que una parte considerable de España se va desertificando industrialmente, mientras las oportunidades laborales se concentran en unas pocas ciudades. A su alrededor, crece la nada.

En términos poblacionales, se trataría de provincias con más pensionistas que trabajadores en activo, como hemos leído esta semana que sucede ya en Orense. Seguramente no supone un caso único ni ahora ni en el futuro: es la consecuencia lógica de la concentración en torno a unos pocos polos de crecimiento. Es la consecuencia también de un crecimiento demográfico insuficiente y de la pérdida de tejido industrial y económico. De nuevo, vuelvo al ejemplo de las cajas de ahorro. Hace años, la banca ofrecía en las distintas regiones españolas un abanico de posibilidades a la hora de crecer profesionalmente, más allá de trabajar en una sucursal. Los mejores empleos -entonces y ahora- se encontraban en los servicios centrales de las distintas entidades, cuyas sedes se repartían por toda España: Granada, Sevilla, Alicante, Zaragoza, Palma, Manresa, Oviedo, Pontevedra y un largo etcétera. Buena parte de esta red capilar ha pasado a mejor vida, sin que necesariamente hayan surgido nuevos motores de promoción. La economía cuenta con su propia lógica, no necesariamente amable. Y desempeña un papel crucial en las pequeñas decisiones que se toman día a día de forma acumulativa: con las cajas se cometieron graves errores de gestión, se tomaron excesivos riesgos y el diseño radial de las infraestructuras tampoco ayudó. Por supuesto, algún día habrá que juzgar con todo el rigor necesario la responsabilidad de los políticos autonómicos en esta historia. La maldición del orgullo -la hybris griega- suele fraguarse a menudo en los años de bonanza.

España ha recuperado el PIB previo a la crisis de 2008, con ganancias notables de competitividad y nuevos récords de inversión internacional. Sin embargo, el rostro del país ha cambiado notablemente: no sólo está más avejentado, sino que también sufre una mayor fractura territorial. La industria se concentra en unas pocas autonomías, al igual que las grandes corporaciones. El turismo es el maná de la costa mediterránea, aun a costa de un empleo poco estable y mal retribuido. Pero no es suficiente. Recuperar cohesión social va a exigir crecer de un modo distinto, con infraestructuras menos volcadas en Madrid, favoreciendo el dinamismo de las regiones. No es fácil allí donde no existe tradición industrial o donde se ha perdido. Pero resulta imprescindible hacerlo.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats