Créanme si les digo que esta semana no sé que contarles. Cuando acepté escribir una columna semanal en este diario, hace ya diez meses, las premisas parecían estar meridianamente claras: «Daniel, se trata de escribir unas ochocientas palabras sobre temas de actualidad relacionados con Elche», me dijeron. Parecía sencillo. No lo es. ¿Qué escribir sobre una ciudad en la que no pasa nada? ¿Qué escribir sobre una ciudad en la que lo que pasa entra en bucle hasta el infinito?

Así que, dado que la actualidad local no me inspira, aunque he estado leyendo el periódico y escuchando las noticias en busca de algún hecho reseñable sobre el que escribir, lo mejor es releer un buen poema, especialmente alguno acorde con el estado de ánimo que a uno le provoca el devenir de su ciudad.

T. S. Eliot, escritor angloamericano fallecido en 1965 y uno de los poetas más influyentes del siglo XX en lengua inglesa, encaja perfectamente en ese estado de ánimo. Su obra cumbre The Waste Land (La tierra baldía), publicada en 1922, sugiere que la época en que se escribió era un páramo yermo. Era el período inmediatamente posterior a la Primera Guerra Mundial y mucha gente se mostraba pesimista, no sólo por el futuro de los países industrializados, sino también ante la propia idea de lo que significaba el progreso.

Si el progreso es real, si el mundo es cada vez más inteligente, si los avances tecnológicos son evidentes, ¿cómo es posible que ocurran cosas como una guerra mundial?, se preguntaban muchos. «Abril es el mes más cruel», dice el poema; abril es una época de renovación, pero, al añadirle el epíteto de cruel, abril se convierte en una metáfora de una renovación frustrada.

La idea que T. S. Eliot plasmaba en La tierra baldía sobre la incertidumbre ante un progreso vertiginoso, pero incierto, se cierne también hoy en día sobre nuestra sociedad. Los avances de los últimos años, especialmente en el campo de las tecnologías de la información y la comunicación, han traído como consecuencia que muchos de los paradigmas educativos, económicos y sociales, tal como siempre los habíamos conocido, hayan sufrido una enorme transformación en los últimos veinticinco años.

«Abril es el mes más cruel». En Elche estamos en abril, y no sólo porque la climatología engañe nuestros sentidos con esta primavera anticipada que estamos viviendo, sino también porque Elche, como el abril de La tierra baldía, es metáfora de renovación frustrada; y mucho tendrán que cambiar las cosas si no queremos que esa frustración penetre todos los poros de la ciudad, si es que ya no lo ha hecho.

Pero no crean que mi ironía habitual, herencia de mi mitad inglesa, se ha tornado en un pesimismo noventayochista, achacable a mi mitad española. No, sencillamente es que no entiendo qué nos está pasando en Elche. Ni lo entiendo ni creo que pueda ofrecer una explicación racional a la mayoría de las dudas que me surgen.

Como les decía, los problemas de Elche tienden a entrar en bucle. No me gustaría a mí hacer lo mismo, pero me temo que me tengo que preguntar cuánto tiempo permanecerá cerrada al tráfico la plaza de la Constitución. En el tiempo transcurrido, los ilicitanos nos hemos hecho expertos en apuntalamientos y patologías de las fachadas; los responsables políticos han intentado escurrir el bulto con el yo no he sido o el tú más, pero nadie ha sabido responder a esa sencilla pregunta.

Lo mismo ocurre con el turismo en nuestra ciudad. La semana pasada se celebró Fitur. En este caso las dudas que me asaltan también son muy sencillas: ¿Qué acciones se van a tomar? ¿Cuándo? ¿Cómo? (Añadiría otra, pero está quizás ya no sea tan sencilla: ¿Cuánto nos cuesta el desembarco anual de políticos en esa feria?).

Del mismo modo se podrían pedir explicaciones sobre muchos otros asuntos, de los que se habla mucho pero no se concreta nada. Entiendo a los desencantados con la política, que ya son el partido político con más afiliados y el mayoritario en todas las elecciones. La gente es sensata y quiere que le digan la verdad y le ofrezcan soluciones concretas y realizables, ¿tan difícil es?

Perdonen el desahogo de esta semana, pero es lo que tiene leer a T. S. Eliot; uno acaba identificándose con lo que lee y yo me he quedado con los últimos versos de su celebérrimo poema Los hombres huecos (The hollow men): «Así es como termina el mundo, no con una explosión, sino con un lamento».