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Joaquín Rábago

¿Cuándo se jodió el SPD?

"¿En qué momento se jodió el Perú?", se preguntaba el protagonista de "Conversaciones en la catedral". La pregunta que se hacía el personaje creado por Mario Vargas Llosa habría que hacerla también a propósito de la socialdemocracia alemana.

Y la respuesta parece sencilla: a partir de la adopción de la llamada Agenda 2010 por una coalición que se proclamaba de izquierdas - la del SPD y los Verdes- liderada por el líder del primer partido, Gerhard Schroeder.

Su entonces ministro de Finanzas, Oskar Lafontaine, no se lo ha perdonado: Schroeder vendió como Fausto el alma al diablo neoliberal, critica su ex correligionario, que renunció entonces como protesta a todos sus cargos para cofundar más tarde un nuevo partido: Die Linke (La Izquierda).

La Agenda 2010 sirvió, es cierto, para reducir el desempleo y dinamizar la economía alemana, haciéndola mucho más competitiva a costa, por cierto, de sus principales socios europeos, pero con un coste social también enorme.

Hoy, Alemania es, como asegura la propia prensa germana, uno de los países europeos con una de las mayores tasas de "minijobs", empleos mal pagados y precarios, que fueron el principal invento de aquel Gobierno, imitado luego por otros.

Es cierto, como dice el semanario Der Spiegel, que últimamente los sueldos en general se han recuperado y que Alemania ha acabado adoptando por presiones socialdemócratas un salario mínimo, pero al mismo tiempo han aumentado los alquileres, el precio de la energía y los de la alimentación en general.

Todo eso sirve para explicar, al menos en parte, que muchos trabajadores que votaban tradicionalmente al partido de Willy Brandt se vean cada vez más tentados por la ultraderecha populista de Alternativa para Alemania.

Y ello explica también las dificultades que encuentra la nueva dirección socialdemócrata para convencer a los suyos de que acepten entrar en una nueva gran coalición con la CDU/CSU de una canciller a la que cada vez más ciudadanos, y la propia prensa, dan ya por amortizada.

La izquierda alemana, como la de otros países, está dividida. Igual que el SPD, los Verdes se han derechizado desde que el antiguo rebelde Joschka Fischer se convirtió al atlantismo. Y la división afecta incluso a la propia Die Linke, sobre todo en el tema de los refugiados.

Mientras que la copresidenta del partido, Katja Kipping, aboga por no cerrar las puertas del país a los refugiados, su cabeza más visible, la economista y pareja de Lafontaine, Sahra Wagenknecht, cree que eso sólo favorece a Alternativa para Alemania y es partidaria de restringir y ordenar el flujo inmigratorio.

Al mismo tiempo, junto a Lafontaine, Wagenknecht aboga por una alianza de todas las fuerzas de izquierda del país, un movimiento más amplio como el que persigue en Francia el fundador de "La France Insoumise", Jean-Luc Mélenchon. Algo, todo hay que decirlo, bastante inverosímil dadas las diferencias y los mutuos recelos.

Mientras tanto, los gobiernos de izquierda son cada vez menos en Europa, y si hace dos décadas eran socialdemócratas o socialistas doce de los quince países que formaban entonces la Unión Europea, hoy son sólo seis de los veintiocho, incluida la Syriza del griego Alexis Tsipras.

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