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La andanada

Una historia de amor interrumpida

Su paso por el toreo no se merecía un comentario ligero la semana pasada, y por ello lo afrontamos ahora, porque su caso no deja de resultar llamativo y presentar variados matices

La actualidad taurina pasa estos días, amén de las noticias que vienen de América, por los preparativos de la nueva temporada. Con la tempranera feria de Valdemorillo sufriendo vaivenes en cuanto a quién se hará cargo de ella (ayuntamiento o empresa), sin duda lo más llamativo, como todos los años, sigue siendo qué pasará por la cabeza de José Tomás. Los mentideros hablan y no paran sobre su nueva vuelta a los ruedos, sobre todo tras prepararse para participar en la corrida del pasado 12 de diciembre en el coso de Insurgentes durante el festejo en pro de los damnificados por los terremotos sufridos en el país azteca. La capital mexicana volvió a vibrar con el de Galapagar, que allí cuenta casi como paisano, y los resortes del taurinismo comenzaron a vislumbrar la esperanza de otro puñado de paseíllos del último gran abarrotador de tendidos. Se sabe que el torero continúa lidiando toros a puerta cerrada. Hay incluso quien adelanta su vuelta para el mes de marzo, pero nada hay cierto todavía. El rendimiento taquillero de José Tomás resulta tan evidente como su ocultamiento. A pesar de que se nutre económicamente del sistema, quiere vivir ajeno a él, en una estrategia tan polémica como rentable, sin duda, y de ambiguo beneficio para la fiesta. El tiempo dirá.

Y entre todo este tráfago de casos y cosas, el pasado ocho de enero un torero alicantino, Alejandro Esplá, anunció por las redes sociales que daba por finalizada su «aventura en los ruedos». Su paso por el toreo no se merecía un comentario ligero la semana pasada, y por ello lo afrontamos ahora, porque su caso no deja de resultar llamativo y presentar variados matices. Hijo del maestro Luis Francisco Esplá, se decidió a ser torero a pesar de las trabas familiares. Cuando sus progenitores notaron que la afición se despertaba en el joven Alejandro, lo mandaron cuatro años a Boston para alejarlo de esa idea. Allí cursó estudios sobre publicidad, y cuando regresó a tierras alicantinas, la decisión de vestir el traje de luces, lejos de haberse disipado, había tomado cuerpo. Debutó en nuestra ciudad el 23 de junio de 2007, durante una novillada matinal (fallido experimento del actual empresario) en la que logró cortar un trofeo de cada uno de sus novillos de Fuente Ymbro y salir a hombros. Aquella temporada solo contó con dos festejos más, pero en 2008 y 2009 confirmó su seria proyección, trenzando 23 y 16 paseíllos respectivamente.

Con la llegada de la nueva década se presentó también el momento de doctorarse, y el 20 de junio de 2010 recibía el nuevo Esplá los trastos de matador de manos de su progenitor, en presencia de Morante de la Puebla. Lejos de constituir aquella fecha el arranque de una carrera exitosa, los contratos comenzaron a escasear, y Alejandro hubo de recurrir a torear en tierras peruanas y a entrenarse a la espera de la llegada de oportunidades, pasando alguna temporada en blanco. La confirmación en Madrid nunca se presentó, y ante una realidad tan dura, camino de los treinta y cinco años, la decisión de colgar el traje de luces quizá haya sido el penúltimo gesto de honestidad del joven Esplá.

Quizá algunos otros casos de hijos de figuras del toreo que sí han llegado a cuajar carrera importante, como los de Litri, Paquirri, Cayetano, o el más cercano de Manzanares, puedan confundir a quienes no sepan de la dureza de esta profesión. Alejandro Esplá, como muchos otros miembros de dinastías toreras, no llegó a enfundarse el traje de luces por necesidad económica, que era el principal aliciente históricamente para «arrimarse al toro». Lo suyo no pudo atender más que a una vocación sin medida. No se entiende de otra manera que un joven que puede disfrutar de su vida y sus mejores años decida sacrificarlo todo por enfrentarse con capote y muleta al toro bravo. Que un nuevo Esplá pudiera llegar a dorar su apellido en las grandes ferias sería de las mejores noticias que nuestra fiesta nos podría dar. Como ha ocurrido con los Manzanares. ¿Qué falló en el caso de Alejandro? Nada... y todo. El arte de Cúchares es tan bello como impredecible. Teniendo genes, solvencia técnica y oportunidades, puede ocurrir que lo que todos creíamos seguro, al final, no funcione. Lo advertía su progenitor, Luis Francisco Esplá, cuando en los comienzos de su hijo decía que lo que más temía era el desgaste moral y anímico que podía producir una vocación truncada, un historia de amor (porque amor a la tauromaquia ha sido) que pudiera verse interrumpida. Pero los tiempos cambian, y Alejandro Esplá se formó en otro ámbito hacia el que va a reconducir su vida. Ojalá que ahí encuentre el éxito que no halló en los ruedos.

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