Si hay una disciplina que vive momentos de desconcierto esta es, por encima de cualquier otra, la economía. Desde hace demasiado tiempo, algunos de sus cualificados representantes, en instituciones académicas y organizaciones multilaterales, han venido repitiendo dogmas que con frecuencia han acabado en fracaso, mientras eran incapaces de aportar respuestas a algunos de los grandes problemas de la humanidad: el ascenso de la desigualdad en todo el mundo, la incrustación de grandes bolsas de pobreza cronificada, la degradación ambiental, la precarización de las condiciones de vida y de trabajo, la progresiva destrucción de empleos, los movimientos poblacionales descontrolados, el creciente poder de las grandes corporaciones transnacionales, la relocalización productiva, los elevados niveles de deuda alcanzados, la evasión fiscal y los flujos financieros ilícitos o los numerosos conflictos armados alimentados por intereses económicos de diversa índole.

La lista de desafíos a los que la economía se muestra incapaz de dar respuesta es demasiado grande, pero lo más grave es que la crisis financiera mundial fue imprevisible para la mayoría de los economistas que vivían, por el contrario, anunciando una etapa de prosperidad ilimitada. Y lo que es peor, tampoco ha encontrado respuestas efectivas para reparar los graves daños que esta gigantesca pandemia financiera ha causado en la sociedad y en el propio sistema económico, cuyos efectos son palpables. No resulta extraño, por ello, la creciente insatisfacción que desde amplios sectores de la población se viene extendiendo sobre el conjunto de la ciencia económica, a la que se ve como más como cómplice de los gigantescos desmanes que se vienen cometiendo, que como disciplina capaz de mejorar las condiciones de vida del conjunto de la población.

Este malestar viene tomando cuerpo, incluso, entre destacados sectores académicos. Así, en el año 2011, un amplio grupo de profesores y expertos economistas franceses redactaron un manifiesto, bajo el nombre de «Economistas aterrados», en el que identificaba con precisión un conjunto de políticas económicas alternativas para salir de la crisis notablemente distintas de las recetas neoliberales aplicadas con saña en Europa, particularmente en los países del Sur, que aumentaron todavía más la recesión. También en otoño del mismo año, un grupo de estudiantes de Harvard se negaron a recibir clases en la asignatura de «Introducción a la economía», al considerar que en realidad eran clases de adoctrinamiento de una ideología conservadora fracasada. Pocos años después, en 2014, en la Universidad de Manchester, otro grupo de estudiantes expresó su disconformidad por el peso del discurso neoclásico en los estudios de Economía, creando la «Sociedad para la economía posterior al Crash», publicando un llamamiento internacional a los estudiantes de económicas de todas las universidades del mundo a favor de una enseñanza pluralista que permita afrontar los retos del siglo XXI, siendo respaldado por 42 asociaciones de estudiantes de Economía en 19 países distintos.

Hace pocos días, el pasado 12 de diciembre y coincidiendo con el 500 aniversario de las Tesis de Lutero en las que desacreditaba la doctrina papal, un grupo de estudiantes y profesores de Economía de la prestigiosa London School of Economics difundió un listado de 33 tesis para una reforma de la Economía. Al igual que hizo Lutero con su manifiesto, clavándolo, según cuenta la tradición, a las puertas de la iglesia del Palacio de Wittenberg, este grupo de estudiantes y académicos de economía clavaron sus tesis a las puertas de esa prestigiosa universidad, celebrando posteriormente un acto en el University College de Londres, en el que explicaron y debatieron el conjunto de sus propuestas. Parlamentarios, reputados economistas, junto a un nutrido grupo de estudiantes que forman parte de Rethinking Economics, expusieron la necesidad de que los enfoques neoliberales equivocados sean sustituidos por otras visiones mucho más pluralistas e interdisciplinares que permita revisar los clamorosos fallos que la economía neoliberal ha cometido, dando respuesta a grandes desafíos globales como el aumento de la desigualdad, las amenazas del cambio climático y la destrucción ecológica. Muchos de los prestigiosos académicos participantes en el acto coincidieron al considerar que la economía neoclásica desempeña en estos momentos el mismo papel que jugaba la Iglesia católica en la Edad Media, defendiendo sus teorías como verdades de fe irrebatibles a pesar de los dañinos efectos que causan en la población, funcionando como un auténtico monopolio intelectual.

Las 33 tesis sometidas a debate se estructuran en varios grandes apartados, entre los que destacan: la finalidad de la economía, el mundo natural, el papel de las instituciones y mercados, el trabajo y el capital, la toma de decisiones, la desigualdad, el crecimiento del PIB, la innovación y la renta, el dinero, los bancos y la crisis, así como la mejor enseñanza de la economía. En este último apartado se reivindica el pensamiento crítico frente a la memorización de teorías y modelos, animando a los estudiantes a explorar enfoques metodológicos alternativos que entiendan la complejidad del mundo real.

Como afirmaba hace pocos días el prestigioso economista José Manuel Naredo en su comparecencia en el Congreso de los Diputados y fue recogido por algunos medios, «no hace falta una revolución para cambiar un modelo económico tan cutre como el de España». Pues eso.