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Noticias del otro lado

Un mundo en el que lo virtual se impone sobre lo real

Virtual es aquello que tiene existencia aparente y no real. A juzgar por la definición del diccionario, cada día que pasa vivimos en un mundo más virtual, es decir, menos real. Esa vida aparente e irreal nos lleva también a conceder cada vez más importancia a las apariencias. Nos miden por lo que aparentamos, no por lo que somos. No hace falta una lectura demasiado atenta de las noticias para descubrir continuos síntomas de esa mudanza que nos lleva a una realidad paralela, e incluso muchas veces falsa. Al convertirse en rutinario, ya ha dejado de ser noticia que la policía rastrea en internet. Cada vez tendremos más agentes sentados ante una pantalla y menos desgastando las suelas en las calles. ¡Para qué! Si hay que investigar un asesinato o una violación, lo primero que se mira es la actividad en las redes sociales de las víctimas o de los sospechosos. Claro que la web no es el mundo real, es un terreno resbaladizo en el que resulta fácil cometer errores. Error fue creer que la vida de la víctima de "La manada" era la que reflejaba en Facebook o Instagram. Que si no aparentaba estar muy preocupada, que si bromeaba, que si tenía fotos de una camiseta con una leyenda provocadora€ Es decir, no daba el perfil de una víctima. Estábamos juzgando a una persona por su vida virtual, no por su vida real. Lo mismo pasó en el caso de Diana Quer. Nada más desaparecer, sus redes sociales -y las de toda su familia- fueron exprimidas hasta la saciedad. De ellas, de la vida virtual, se extrajeron conclusiones tan poco fidedignas como que a la chica le iba la marcha, que le gustaba posar de forma provocativa para las fotos o que vestía de forma atrevida. Esa no era la vida real de ninguna de las dos jóvenes, una violada en Pamplona y la otra violada y asesinada en A Pobra de Caramiñal. Era la vida virtual, es decir la que aparentaban. Cualquiera que se dedique a escribir sabe de la dificultad de retratar fielmente la realidad. Tampoco la imagen que ofrecía en las redes sociales "El Chicle", asesino confeso de Diana, era muy real: un hombre familiar, deportista, amante del running. Es más, hablaba en esas mismas redes de su hija de apenas 12 años como su "pequeño ángel" y amenazaba de muerte a quien osara a tocar su tesoro. Su imagen de padre protector y marido amantísimo se completaba proclamando que amaba a su mujer "al 509 por cien". En el caso de "La manada", los cinco agresores de Pamplona eran solo una parte de los veintiún miembros del grupo de Whatsapp bautizado con tan gráfica denominación. Se dice pronto, veintiún jóvenes aireaban y alardeaban de violaciones en grupo y repugnantes agresiones. Competían entre sí a ver quién decía -y se supone que ejecutaba- la barbaridad más grande, al mismo nivel en que competían en demostrar su fidelidad al Sevilla FC. Como es sabido, la personalidad individual se pierde cuando se sumerge en la masa. Nunca sabremos cuántos de esos jóvenes eran así o pretendían ser así. No solo la policía se dedica a ese mundo paralelo. Los periodistas caemos a menudo en la misma trampa de confundir lo real con lo virtual. Así anunciaba a bombo y platillo una gran cadena de televisión su trabajo: "El equipo de investigación ha rastreado internet y ha podido acceder a centenares de fotos y vídeos, algunos de ellos inéditos, reveladores de la vida y círculo de amistades de la joven desaparecida, datos clave para trabajar en las distintas pistas que sigue la investigación de la Guardia Civil". Es decir, hablamos de periodistas enviados especiales al mundo virtual. Otro tanto sucede en la política. ¿Acaso Donald Trump no es un presidente más virtual que real? Ya no se somete a aquellas ancestrales ruedas de prensa en las que los periodistas acorralaban al presidente y podían comprobar si era real. Qué decir de Rajoy, maestro en el uso del plasma. Y, claro, de Puigdemont, quien pretende celebrar una sesión de investidura virtual. No es de extrañar que cada día sean más las voces que reclaman una política realista. Ya no sabemos qué es real y qué aparente. El mundo de aquí y el del otro lado se confunden. Piénselo, ¿qué imagen ofrece usted a través de sus redes sociales? ¿Le gustaría que se le juzgara por esas fotos hoy graciosas y mañana odiosas? , ¿o por ese chiste fácil que no se resistió a compartir?, ¿o tal vez por ese ataque de ira que no pudo contener? Me pregunto si se siente identificado con lo que aparece en sus redes. Yo, no. Quien aparece en internet es una especie de replicante de uno mismo, de robot que proyecta nuestra apariencia o lo que intentamos aparentar, pero no lo que somos.

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