A veces me he preguntado de dónde viene ese refrán: «Año nuevo, vida nueva», cuando realmente lo que nos está diciendo es que vamos a cumplir un año más en nuestra vida, y no sabemos si será para mejor o para peor. Pero, mirándolo bien, lo que tal vez pretende anunciarnos es que probablemente tengamos mejores expectativas, o bien, después de haber analizado lo acontecido en la anualidad que se aleja, puede ser que podamos cambiar o mejorar en algo.

Hace cien años, en 1918, cuando el joven enero abrió sus puertas, lo que menos esperaban los oriolano es que entre los meses de octubre y noviembre la epidemia de «grippe» hiciera estragos, dejando tras de sí 331 fallecidos por esta causa y el número de defunciones fuera de 1.106, cuando el año anterior, no había llegado a 600.

Así, que lo de «año nuevo, vida nueva», para nuestros padres y abuelos, tal vez se debería haber dicho, «año nuevo, vida pésima». Quien llevó la peor parte fueron las pedanías que contabilizaron 241 fallecidos por la epidemia, siendo la partida de Beniel con 31, La Murada con 28, San Bartolomé con 27 y Mudamiento con 20, las que más sufrieron por la «grippe». Mientras que en la ciudad se dieron 90 casos.

Pero, al arrancar el año, en otros aspectos la perspectiva era aceptable y la Comisión Organizadora del Certamen Literario como homenaje al arzobispo Fernando de Loazes, con motivo del septuagésimo quincuagenario de su fallecimiento, comenzaba el trabajo para la organización del mismo. Dicha Comisión estaba formada por: Mariano Olmos, Rufino Gea, José Clavarana, Manuel Ferrís, Luis Maseres, Manuel Carrió y Pedro Pourtau. Asimismo, se iniciaba una cuestación para sufragar los gastos de dicho certamen que lo iniciaba el Sindicato Agrícola con 75 pesetas.

El día primero de año, a las seis de la tarde se constituía el nuevo Ayuntamiento, indicando la prensa, «en el que debemos fundar esperanzas los oriolanos, tanto por los variados elementos que lo componen, como por la forma de su generación».

De hecho, la Corporación Municipal estaba integrada por treinta concejales de varios partidos, tales como liberales, mauristas, datistas, jaimistas, integristas, mauristas, ciervistas, agrario y reformistas, siendo entre ellos el primero el que tenía mayor representación con catorce ediles. Fue elegido alcalde Antonio Balaguer Ruiz, y «El Conquistador» valoraba la elección como un acierto.

Las noticias en los primeros días de enero se iban sucediendo, y entre ellas era muy bien acogida la del nombramiento como canónigo de Mallorca del beneficiado de nuestra catedral Rómulo Hevia Maura, sobrino del obispo Juan Maura y Gelabert, que llevaba viviendo en nuestra ciudad casi veinte años.

El cargo de Señor de San Antón recayó en el arcediano Carlos Esquer Mira, y en la sesión del Ayuntamiento celebrada ese día, se daba lectura a una instancia de la Comisión de Panaderos, en la que debido a las incongruencias y errores que manifestaban fue desechada. En dicho escrito querían ser eximidos de vender el pan en piezas de uno, medio y cuarto de kilo, pretendiendo hacerlo todo al peso.

Asimismo, Juan Díaz Martínez, de La Murada, solicitaba ayuda para la lactancia de «uno de sus hijos gemelos». Fue atendida su petición pero con la obligación de presenta mensualmente un certificado de que vivían las dos criaturas.

Por último, el concejal José Martínez Arenas pedía que delante de los sillones de los concejales se colocasen pupitres para poder tomar notas, a lo que el alcalde le replicó que no era factible darse «esos lujos mientras se carece de lo más necesario».

Así comenzaba el año 1918, que terminaría mal debido a la epidemia gripal, que ahora cien años después también está haciendo estragos. Así que, en este 2018, al igual que entonces, habría que plantearse lo de «año nuevo, vida peor».