La democracia es votar, pero no solo eso. Bajo el crítico y quebradizo suelo de la democracia más fuerte del mundo ha irrumpido un personaje, votado por la gente, que merece más reproches que loas. La democracia permite incluso poner al frente de un gobierno a alguien que quiere acabar con ella. Ya ha pasado en la historia. La Alemania nazi fue el peor ejemplo de cómo la democracia necesita de ciertos mecanismos de contrapoder para no acabar con ella. Se antoja difícil pensar como millones de alemanes votaron a Hitler, un loco criminal, pensando que les traía el bienestar prometido. Y cuando lo tuvieron al frente, silenciaron el mayor asesinato colectivo, holocausto, amparado en «su» democracia.

La democracia no es eso. O no lo es para mí. Por eso es tan importante saber a quién votas. Claro que no es lo mismo una persona que otra. Porque las personas tenemos bondades y miserias que ofrecer al mundo. Si, como es el caso del Presidente Trump, ofreces más miserias que bondades, lo normal es que en tu mandato salga eso a relucir. Y la pregunta del millón es: ¿Hay tanta gente en EEUU que piensa tan bestia como su Presidente? La respuesta es afirmativa. Cuando tienes los santos bemoles de depositar una papeleta para votar a un personaje que se bautizó en la campaña con tintes racistas, tintes homófobos y tintes machistas, el problema no es Trump. El problema es que tú, querido americano, que votaste a este botarate eres como él.

No sabes cuál será su próximo twitt para ver una nueva barbaridad. Igual pide ejecuciones en público en Times Square de Nueva York. Todo se andará. Pero el personaje ha traspasado todas las líneas de decencia que un gobernante ha de tener. Y si el Presidente es indecente, los que lo han votado también. Porque de la misma manera que los alemanes que apoyaron a Hitler con su voto, o con su silencio cómplice, son culpables de la matanza de millones de personas, los americanos que jalean a este energúmeno son responsables de sus exabruptos.

Ahora que soy político debería de cuidar el léxico. Pero cuidar el léxico no es tan importante como preservar la decencia. Yo viví cinco años en ese maravilloso país. Lo adoro. Por eso me hace tanto daño esa visión tan rastrera de ese personaje que inunda el mundo. Seguramente no me harán embajador de España en EEUU, que de todas formas nunca ocurriría, pero nadie dirá que me mantuve callado ante tanto vómito trumpero.

El comentario de este personaje, que esperemos acabe mal en esa Presidencia, tachando a los países pobres de «agujeros de mierda» no merece más repulsa que obligar al Senado Americano a solicitar la incapacidad del personaje para liderar ese país, o su comunidad de vecinos. Si los contrapoderes de EEUU no se fajan en quitar a este personaje lo antes posible, las consecuencias mundiales serán terribles. No es posible aguantar tanta ignominia capitaneada por el Presidente de una nación tan grande y tan bella.

Vivimos tiempos de zozobra en este mundo tan inestable. No obstante les recomiendo el artículo de Javier Marías en El País del pasado 7 de enero. Bajo el título de «El último bastión», emplaza a los jóvenes a luchar por la Europa que tenemos. Último bastión de defensa de los derechos humanos y de las libertades como ejemplo de lo que hay en el mundo. Y es cierto. Nada hay tan avanzado como esta Europa viejita pero sana intelectualmente. Una Europa maltrecha pero donde la ley se hace paso, en vez de la teocracia o las posiciones militares. Una Europa para repensar pero para disfrutar de sus tradiciones.

Por eso, sí hay solución a tantas personas equivocadas que votan a Trump. O votan al Brexit, o a Maduro. Seguramente porque los «abujeros» de mierda están en sus cabezas cual chiste malo. Pero si callamos hoy, ante tamaño ataque a la dignidad de los pueblos pobres, no nos quejemos cuando llegue el exterminio. Porque será parte del mismo plan. La mierda a la mierda llama. Pero cuanto antes recojamos los excrementos para pasar página a un loco Presidente, antes nos habremos reconocido como ciudadanos de pleno derecho. Los que no se dejan pisotear. Y eso lo cura la democracia europea actual, que no cree en los agujeros de mierda. De momento.