Juan Manuel de Prada es un escritor y articulista nacido en Baracaldo, de quien recuerdo haber leído hace ya algún tiempo su novela de intriga titulada La tempestad, en la que contaba la historia de un joven profesor de arte que se desplazaba en pleno invierno a una Venecia arrasada por las inundaciones y la nieve, y donde se veía envuelto en el asesinato de un falsificador de cuadros. Y tengo pendientes y recomendadas La vida invisible, que es una obra sobre la expiación, la culpa, el amor y el perdón, y Mirlo blanco, cisne negro, que aborda la relación maestro-discípulo entre dos escritores, y que comienza siendo una dura crítica sobre el mundo editorial, y acaba en un intenso drama sobre la vocación literaria.

Y mientras llega el momento de poder leer esos libros, encuentro una larga entrevista a Juan Manuel de Prada en la que dice que últimamente está viajando mucho en tren, y que no le gusta nada ver a los viajeros durante horas embebidos en sus teléfonos móviles, ordenadores portátiles y tabletas, con la mirada absorta en sus pantallas, mientras por la ventanilla quizá está pasando un hermoso paisaje, o puede que tengan a su lado a una preciosa mujer sin prestarle atención.

Lo cual añado sería una pena, mientras recuerdo que internet es una red que conecta a otras redes y dispositivos para compartir noticias, permitiendo encontrar al usuario todo tipo de información, así como conocer y divertirse, investigar y aprender, comunicarnos y mantenernos en contacto con amigos y familiares, y tantas otras posibilidades que no tienen que apartarnos del mundo real, pues dar un uso adecuado y moderado a las nuevas tecnologías proporciona un resultado positivo y enriquecedor.

Como para mí fue leer La tempestad, mientras pienso que me encantaría viajar de nuevo a Venecia esta próxima primavera, y pasear sin rumbo por sus calles, recorrer sus canales, cruzar sus puentes o visitar alguna de sus iglesias y palacios.

Y sonrío con la respuesta de Juan Manuel de Prada sobre internet, pues me doy cuenta de que estoy viajando en un tren y estoy leyendo su entrevista en mi tableta, de manera que levanto la vista y veo el paisaje, que es muy hermoso y me fijo en los otros viajeros que, vaya, están todos embebidos en sus móviles y portátiles, hasta que mis ojos se cruzan con los de un hombre que me está mirando y que sonríe, y no baja su mirada cuando la cruza conmigo. Los dos nos miramos y sonreímos y... sigo con mi tableta leyendo también.