Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Jesús Javier Prado

Oído, visto, leído

Jesús Javier Prado

¿Y tú, de quién eres?

Mi nombre es José Julián Pardo Romero, estoy felizmente casado y tengo sólo un hijo, pero muy nervioso: cuando está en plan responsable (hace su cama, saluda a los vecinos, da las gracias al dependiente) su rey preferido es Melchor. Si se levanta revoltoso, contestatario y con otro grano más en la cara, está claramente del lado de Baltasar. Y cuando ni sabe ni contesta, ni come ni deja comer, ni fú ni fa, se le pone cara de Gaspar. Es un caso muy claro de tres en uno, una tripolaridad grave, pero yo prefiero pensar que ha heredado mi gen creativo, intrépido, cambiante e inconformista a la vez. Que le veo con buenos ojos, vamos, así que no arriesgo: a él le traen regalos los tres reyes, por lo que pueda pasar. Con los hijos únicos y muy nerviosos, poca broma...

Melchor siempre ha sido el preferido de los primogénitos, de los que llevan el pesado fardo de mantener el tarrito de las esencias familiares. Futura gente de bien y de orden, formales, considerados y atentos, destinados a ser números en una gris multinacional, o jefe de estudios de un instituto, o responsable de planta de un hospital, o funcionario del registro mercantil. Son también un poco agonías y sufridores, siempre pendientes del qué dirán, y algo marimandones y favorables al mantenimiento del statu quo imperante. Un jersey de pico o una camisa de cuadros, el último premio Planeta, el dvd de Ciudadano Kane de Orson Welles, un recopilatorio de Los Tres Tenores. Cualquier cosa es buena para ellos y, si no, tirarán de la hipocresía estrictamente necesaria. Gente a la cual le cae un pijama o un batín y te responde con la mejor de las sonrisas: «No sabes la falta que me hacía, de verdad». Así son los melchores (yo soy muy de Melchor, por supuesto), hipocritones, voluntariosos y bienquedas.

Los vasallos de Baltasar son todo lo contrario, claro: hedonistas e inconscientes, miran siempre por lo suyo, suelen querer epatar en todas las conversaciones, desaparecen siempre a la hora de quitar la mesa, subir las maletas, o pagar la cuenta (esto siempre lo acabamos haciendo los de Melchor): no me digan cómo, pero nunca están cuando se les busca. Bandidos, más que bandidos. Y no les vale cualquier cosa. Sus regalos deben ser originales, creativos, con el puntito de esnobismo necesario, y ¡ay de tí! como la pifies: un masaje de crema de chocolate y pétalos de rosa en una casa rural con vistas, una litografía numerada de un pintor de estilo modernista, una edición descatalogada de cuentos de Tólstoi, un vinilo de los Beatles en directo grabado en The Cavern. No son baratos, no, y no creas que te lo van a agradecer: ellos piensan que se lo merecen y que ya estabas tardando, qué cojones.

Y quedan los de en medio: la verdad es que Gaspar siempre tiene pinta de no tener espacio, de faltarle una cuarta de carácter, atrapado entre la venerabilidad y el vozarrón que debe tener Melchor y la irresponsabilidad con la que va por la vida el tarambana de Baltasar. Aunque tampoco tiene pocas ventajas ser los de en medio, a modo de bisagra, eh: unas veces piden consejo y ayuda a uno, y otras veces se van de farra con el otro. Ni tan atormentados como los de la barba blanca, ni tan despreocupados con los de la cara negra, tiran al marrón y al punto de equilibrio, siempre. Unas veces votan a Ciudadanos, y otra vez al Psoe (porque les da pena Sánchez, dicen). Unos facilones y un poco veletas, vamos. Les vale cualquier cosa, además, y son muy agradecidos: la serie completa de Friends, unos cuadernos y rotuladores para hacer mandalas, un recopilatorio de música española de los ochenta, un mueble de Ikea baratito para montar un domingo por la tarde. Les falta espacio, sí, pero se lo buscan, pasito a pasito, como un diésel en la autovía o el cangrejo en el fondo del mar.

Pero si desde el Black Friday le tengo reservada ya la Play 4 al tripolar de la casa no sé qué hago aquí diciendo todo esto y perdiendo el tiempo. Y el chocolate sin hacer y el roscón sin comprar (que lo pago yo siempre, claro, porque como soy de Melchor...)

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats