Primer día de pretemporada del Hércules 94/95; serio, educado, manteniendo las distancias, observador, muy muy observador y elegante, siempre «como un pincel». Era el nuevo míster, don Felipe Mesones.

Una persona seria y cercana a la vez, meticuloso pero pidiendo iniciativa. Motivador, sabía tocar la fibra individualmente y en conjunto. Con grandes valores, se preocupaba por el jugador persona: su familia, hijos o estudios. Me marcó como futbolista y persona. Ver y vivir cómo lo respetaban y escuchaban los veteranos era señal de liderazgo, conocimientos y gestión de grupo.

En El Sadar me dio la oportunidad de debutar como profesional en el equipo de mi vida, en el que llevaba desde los 11 años, un escudo que ya había defendido mi padre, y abrirme camino en el mundo del fútbol. Un sueño hecho realidad. Ese día, como siempre, fue claro y directo. Benito Sánchez estaba sancionado (otro referente en mi vida) y hubo una avanzadilla durante esos días en los que Humberto me lanzaba mensajes. Por la mañana del mismo domingo en el hotel, el profe Joaquín Fernández me dijo: «¿Niño, cómo estás para debutar?». Cuando el míster me llamó, todo fue tranquilidad, cercanía, seguridad, confianza y cariño. En ese momento, mi vida deportiva comenzó a tomar forma gracias a él, que se atrevió a ponerme el 2 a la espalda ese día. Nunca había jugado un partido oficial en esa posición y me dio la confianza para salir a hacerlo como si fuera lateral toda la vida.

Me llamaba mucho la atención que era muy metódico, analizaba rivales, trabajaba fases defensivas y ofensivas con detenimiento, explicaba qué se iba a entrenar y el objetivo que tenía cada sesión, todo poco habitual entonces. Y despertó muchas inquietudes en mí. Me enseñó a pensar como entrenador-educador y a disfrutar y valorar los conceptos tácticos del fútbol.

Siempre entrenaba con gorra, ¡pero ojo! como se la quitara y gritara «pijo» (Murcia le marcó para siempre) era para echarse a temblar. Algo había que no le gustaba y en ese momento el silencio reinaba en el Rico Pérez hasta que realizaba las correcciones pertinentes.

Descanse en paz, míster. Nunca le olvidaré.