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Porno, el profe de sexualidad de los jóvenes

Internet ha aumentado el consumo y facilitado el acceso a este género, que no es entendido como ficción y cuya influencia muchos ven reflejada en casos de violencia sexual como el de "la manada"

Los medios de comunicación y los productos mediáticos que a través de ellos se comparten son agentes educadores, entendiendo como agentes educadores aquellos elementos que median en los procesos de desarrollo personal, social o profesional. Estos agentes pueden tener intencionalidad didáctica o no. Y en muchas ocasiones son los últimos, que no tratan de generar conocimiento ni trabajar desde una perspectiva pedagógica, los que más influyen en el día a día de las personas. Tal situación puede ser debida a muchos motivos: son simples y atractivos, implican elementos motivacionales, existen intereses económicos y/o ideológicos, participan en la construcción identitaria, tienen que ver con los deseos de ocio, disfrute, etcétera.

La industria vinculada a los medios de comunicación produce espacios diferentes que van desde programas o series de gran consumo como "La que se avecina" o "Mujeres, hombres y viceversa" (los cuales también educan sobre sexualidad, relaciones, identidades, etcétera) hasta contenido pornográfico. La industria de la pornografía lanza cifras claves que pueden ayudarnos a entender su poder sociocultural. PornHub, uno de los referentes del porno de gran consumo en el plano internacional, recibió 23.000 millones de visitas el pasado año, durante las cuales se vieron más de 91.980 millones de vídeos. Estos números tan aplastantes sitúan a España en el puesto número 13 del ranking mundial de accesos a la plataforma. Contextualizando estos datos no podemos olvidar que PornHub es sólo uno de los miles de espacios en la red en los que podemos consumir este tipo de contenidos, y que de esos 23.000 millones de visitas la mayoría son de personas adultas de toda clase social que ejercen todo tipo de trabajos y que conviven de una u otra manera con menores.

Tanto el tipo de porno visionado como las pautas conductuales vinculadas son ahora diferentes. Esta actividad no es tan clandestina como antes, cuando había que enfrentarse a todo un ritual: hacerse con mucha discreción con un VHS que sólo se podía ver cuando no había nadie en casa. A través de los smartphones y las conexiones a internet 24/7 se puede acceder a contenido pornográfico de manera automática, sin esperas y, por tanto, sin rituales simbólicos con carga emocional y complejidad. El abanico de posibilidades entre las que elegir también es mucho más amplio, por lo que no hay más límites que el propio deseo. Los gustos poco normativos no son penalizados por la presión social, lo que permite que la imaginación se expanda sin límites. La simplificación de los accesos al contenido normaliza la situación, por lo que la oscuridad que hasta hace poco rodeaba el concepto de "porno" se va aclarando y el reconocimiento de su consumo se ha desdramatizado.

Ahora es más fácil, sin límites, pero también desvalorizado. Quizás uno de los conceptos que pueden definir mejor este cambio es el de utilitarismo, propio de la sociedad capitalista, que permite disfrutar y tirar sin pensar en lo que ello conlleva. En el tipo de relaciones que se están favoreciendo. En la idea de hombre y la idea de mujer que en esas tramas se muestra y en ocasiones se asumen como naturales, como "lo que tiene que ser".

El porno comercial, del que más rédito saca la industria y, a su vez (y por ello), el más consumido, se enmarca en la estructura hegemónica, capitalista y patriarcal, la cual modela las formas en las que los sexos interactúan en el plano erótico, pero también en el social. Según este prisma, la mujer sigue siendo un objeto de deseo pasivo y no un sujeto deseante con capacidad de decisión. Su disfrute erótico tiene un papel accesorio y de parafernalia estética, siendo valorado solamente como respuesta a los estímulos que el elemento central de la trama, el hombre que actúa y/o recepciona detrás de la pantalla, proporciona. Por otro lado, la erótica se desliga de la afectividad y la emoción, de los conceptos de amor, convivencia, confianza o respeto. El sexo pornografizado es la puesta en juego de una genitalidad sesgada, obviando todo lo que tiene que ver con el valor de los diferentes vínculos que se gestan en la vivencia cotidiana. Los cuerpos pierden su perímetro.

El problema de este tipo de porno no es su existencia, sino la manera en que sus narrativas se viralizan y se tornan axiomáticas, anclándose al sistema sociocultural. Las dinámicas eróticas que en ese porno se visualizan son consideradas "verdad universal", ofreciendo respuestas simplistas y limitantes que generan frustraciones a las personas. Si al hablar de ciencia ficción todo el mundo tiene claro que lo que ahí sucede es producto de un conjunto de historias guionizadas y efectos especiales, ¿por qué no somos capaces de entender el porno de la misma manera? ¿Por qué no entendemos que ese orgasmo, trío o bukake es una actuación simulada que obedece a exigencias del guión?

Muchos estudios actuales sitúan a internet como la fuente principal de información sobre sexualidad consultada por jóvenes y no tan jóvenes, y dentro de esta gran red la pornografía acaba por convertirse en un claro referente explícito de lo que debería ser una sexualidad deseada. Según un estudio llevado a cabo por un equipo de investigadores/as de la Universidad Jaime I de Castellón y la Universidad de Valencia y publicado en 2016 en la prestigiosa revista académica "Computers in Human Behavior", internet y sus posibilidades eróticas son ampliamente conocidas por las personas jóvenes en España. En estos datos es destacable una clara distancia de género: ellos admiten consumir más porno y tener más prácticas de cibersexo (en torno al 60% de la muestra entrevistada) que ellas (en torno al 12%).

La vinculación identitaria del consumo de porno con una construcción masculina positiva no es nada nuevo: la idea dominante de masculinidad defiende que la expresión del propio deseo debe ser fuerte, físico y central para la vida. Nuestra sociedad está aún lejos de entender que si un hombre no ve porno eso no significa que sea "asexual", y que si una mujer ve porno no significa que sea una ninfómana.

Estos datos tienen su eco en el resto del mundo, y las iniciativas para trabajar en positivo son cada vez más defendidas. En contra de las voces que negativizan el porno e intentan obviar que su consumo es una realidad patente entre las personas jóvenes, investigadoras como la australiana Naomi Hutchings apuestan por una alfabetización pornográfica que fomente una lectura crítica para comprender lo real y lo ficticio de lo que pasa en las pantallas. En el artículo "Porn Literacy: Raising Sexually Intelligent Young People", publicado este mismo año en el "Journal of Sexual Medicine", Hutchings apuesta por un trabajo conjunto por parte de la comunidad educativa con el objetivo de que los y las jóvenes puedan hablar de sexualidad de manera franca, cercana y rigurosa para superar muchos de los mitos que la pornografía reproduce y sostiene. Esto sólo puede hacerse trabajando con el contenido pornográfico como recurso que desgranar, deconstruir y cuestionar con una clara perspectiva sexológica y educativa. Usar las películas y trabajar con ellas para detectar en su desarrollo situaciones irrespetuosas y dinámicas negativas. Partir del porno que las personas jóvenes ven en sus móviles y en sus casas para aclarar qué cosas son verdad y qué cosas son mentira. De nada sirve hacer oídos sordos a una situación que está educando a generaciones completas en un tipo de intimidad irreal. Es nuestra obligación como educadores/as, familias y personas que quieren un mundo más justo y equitativo.

Junto a ese abordaje desde el propio porno, me gustaría argumentar el eje central de este problema: si pretendemos superar las relaciones de desequilibrio y sexistas que se siguen reproduciendo en los contenidos pornográficos es imprescindible atender a los modelos de hombre y de mujer que conviven en calles y escuelas.

El contexto en el que vivimos se ha enriquecido a muchos niveles y vamos superando el estándar cultural tradicional que vinculaba la idea de la sexualidad con el peligro o la "prohibición". Mayor nivel formativo, accesos a nuevos entornos culturales, reflexiones compartidas... todo influye en las ideas en torno a la masculinidad y la feminidad que nutren los procesos de sexuación de las personas jóvenes. Sin embargo, queda mucho trabajo en pro de la visibilización de las diversidades sexuales (identidad, orientación, cuerpos, etcétera) como anclaje prioritario, de entendernos, entender a los demás y convivir. La hegemonía heterocentrada y machista sigue imponiéndose como el esquema mayoritario, y el sistema económico garantiza su mantenimiento: el mismo que ve en el porno comercial un garante de supervivencia y una forma de explotación. La pornografía, el terrorismo machista y las dificultades de comunicación siguen siendo, en definitiva, los de siempre, y eso no sólo afecta a las personas jóvenes. Somos las personas adultas las que les mostramos modelos limitados de cómo ser y cómo amarse. Si no empezamos por nosotros/as, el cambio educativo seguirá siendo una utopía.

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