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Bartolomé Pérez Gálvez

El caos como solución

Prevaleció la lógica. De los tres escenarios posibles, finalmente se confirmó el más temido. Los catalanes han apoyado por igual al independentismo y al constitucionalismo o unionismo que, al fin y al cabo, viene a significar lo mismo. En fin, que ni unos ni otros, sino todo lo contrario. Eso sí, con un voto mucho más consciente y decidido, y sin el más mínimo atisbo de ese pucherazo que algunos hubieran deseado para seguir mareando la perdiz. Se ha tocado fondo y, para empezar a encontrar soluciones, tal vez fuera necesario llegar a este punto.

Los resultados del 21-D evidencian que Cataluña no solo sufre un proceso de segregación respecto a España, sino fundamentalmente en su propio seno. La mitad de los catalanes quedan excluidos del proyecto nacionalista que ha definido la otra mitad. Incluso existe ya una marcada diferenciación geográfica, con las provincias de Lleida y Girona favorables a la independencia, Barcelona prefiriendo quedarse en España y, entre medias, una indecisa Tarragona. Todo ello sin olvidar que el Vall d'Arán quiere, a su vez, disfrutar de su propia independencia. Con todo este galimatías, seguimos sin conocer qué planes tienen los independentistas para esa mayoría que no desea abandonar España ¿Serán expulsados de Cataluña? ¿Propondrán una nueva Palestina para los más de dos millones de catalanes-españoles? Esas son las primeras interrogantes a las que deben dar respuesta Puigdemont y Junqueras. Si pueden, claro.

Las elecciones catalanas han evidenciado el definitivo hundimiento de algunos partidos. Catalunya en Comú, el proyecto de Podemos para este territorio, sigue la misma tendencia a la baja que se manifiesta en el resto de España. Del PP apenas han quedado restos y la caída de la CUP tampoco ha sido poca cosa. Tan minoritarias han pasado a ser estas dos últimas formaciones, que no han alcanzado el número mínimo de diputados para configurar grupo propio. Eso sí, los antisistema siguen disponiendo de la llave de gobierno. Y, en esta ocasión, ya se han manifestado dispuestos a formar parte del futuro Govern y no conformarse con el ostracismo parlamentario que les corresponde. Seguirán asumiendo el rol de instigadores de la secesión aunque, con toda probabilidad, esta vez harán valer algo más su decisiva capacidad de inclinar la balanza.

Los más dañados de la refriega catalana han sido, sin lugar a dudas, los populares. Simplemente ya no están porque, con tres escaños, ya me dirán qué esperan hacer. Pero el caos en el PP va más allá del hecho de compartir grupo parlamentario con la CUP. Algunas responsabilidades tendrán los Rajoy, Sáez de Santamaría y demás, en el mayor fiasco electoral de los populares desde que se creara este partido. Ya hay quien, como Alberto Núñez Feijóo, advierten que no es cuestión de buscar responsables fuera ?la culpa es de Rivera y Arrimadas, por supuesto?, aunque nadie se atreve a cantarle las cuarenta al presidente. Solo desde la FAES, que preside José María Aznar, tuvieron valor para advertir que la fiesta acabaría mal y el tiempo les ha dado la razón. Por algo concluyeron tarifando con la nomenklatura de Génova.

Los socialistas tampoco levantan cabeza. La lista de Miquel Iceta apenas ha conseguido un diputado más, cosechando el segundo peor resultado de la historia del PSC. Algo habrá tenido que ver la indecisión de Pedro Sánchez, que añade otro fracaso más a su triste currículum electoral. Los votantes constitucionalistas necesitaban posicionamientos firmes en relación al modelo de país que se pretende. Sin embargo, la trayectoria de Sánchez se caracteriza por sembrar tantas dudas como ampollas levanta entre los barones territoriales de su partido. Con aquella genialidad de la «nación de naciones» constituida por País Vasco, Cataluña, Galicia y, obviamente, lo que queda de España, demostró que el PSOE actual anda perdido en esta batalla. A la vista del desconcierto, el votante del «cinturón rojo» de Barcelona ha preferido un cambio en el espectro ideológico de izquierdas y derechas, antes que apoyar la ambigüedad sobre la integridad del país. Y de ello se han beneficiado en Ciudadanos.

En fin, las cosas son como son y no hay otra salida que acabar por aceptarlas. Nuevamente se reclamará el diálogo y nos hablarán de políticos de altas miras. De lo primero, vayan esperando una buena dosis porque no hay otra que entenderse. Es saludable y necesario. La cuestión es que no seamos otros ?los demás españoles? quienes terminemos por pagar los platos rotos. Respecto a las miras elevadas, la historia reciente obliga a poner en duda la capacidad de quienes debieran haber evitado el cisma. Ni Puigdemont es Tarradellas, ni Rajoy se asemeja a Suárez. Así de simple. Y, con estos mimbres, difícil será hacer ningún cesto.

Ciudadanos surge como el principal interlocutor desde el sector unionista. Tan nefasta ha sido la gestión del conflicto para sus intereses, que a los populares no quieren verlos ni los propios catalanes constitucionalistas. Y este es un matiz que no debe obviarse. Rajoy y los suyos apenas tienen el apoyo del 8% de los votantes no independentistas. Con estos resultados, los populares no pueden reclamar protagonismo alguno, ni aun ostentando el gobierno de la nación. En Cataluña, los populares ya no son nadie; los socialistas, algo más pero no mucho; y los comunes siguen fraccionándose como en el resto del país. Así pues, solo queda la opción de Ciudadanos, legítimos vencedores de la batalla unionista.

Supongo que el cataclismo de populares y socialistas forzará a rebajar el reconocimiento del éxito cosechado por el partido de Inés Arrimadas. Las cosas han cambiado sustancialmente en los once años de historia de Ciudadanos y empiezan a ser un peligro consolidado. Si en 2006 tenían poco más que la desnudez de Rivera para ofrecer en un muppy, desde el jueves pasado se han convertido en el partido más votado en Cataluña. Aunque se insista en rechazar extrapolaciones a nivel nacional, es imposible abstraerse del hecho de que, a nivel nacional, no cesan de rascar votos a los dos partidos mayoritarios. Ofrecen un producto que, aunque siga necesitado de una aconsejable definición ideológica, no comete el error de caer en la indecisión socialista ni en el autoritarismo de los populares. Y eso es lo que anda buscando el electorado: coherencia y buen trato.

Tenía razón Mao cuando consideraba el caos como una magnífica situación de la que beneficiarse. Y es que, donde muchos ven un retroceso, es posible que se encuentre el inicio de un cambio. Solo es cuestión de que la razón empiece a ordenar las emociones.

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