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Multirresistencias a los herbicidas

Con los herbicidas parece ocurrir algo parecido a lo que sucede con los antibióticos, es decir que los organismos a los que se trata de combatir mediante su empleo terminan desarrollando resistencias.

En algunos campos de Estados Unidos, por ejemplo, han crecido yerbajos de gran tamaño contra los que nada pueden diversos herbicidas utilizados, y es algo que ha empezado también a darse en Europa.

Es un fenómeno relacionado con la agricultura extensiva, es decir con el llamado agronegocio y las cadenas de exportación.

El gran poder de los "lobbies" que trabajan a favor de ese tipo de agricultura explica, entre otras cosas, el que se haya hecho omiso del principio de precaución a la hora de aprobar en la UE el uso continuado por cinco años más del polémico glifosato.

En la aprobación fue decisivo el voto a favor del ministro alemán de Agricultura, de la Unión Cristianosocial bávara, que desoyó a la titular del Medio Ambiente, y se sumó a los votos de países como España, Polonia o el Reino Unido.

Como señalaba en un reciente editorial el semanario Der Spiegel, el glifosato se ha convertido en símbolo del debate en torno a los métodos agrícolas porque es "el lubricante" del tipo de agricultura capitalista que no respeta los seres vivos ni el medio ambiente.

La industria agraria recurre de modo masivo a la química, contamina las aguas con el abuso de los nitratos utilizados y es la máxima responsable de la progresiva desaparición de los insectos, tan importantes para los cultivos.

El 95 por ciento de los pesticidas termina además infiltrándose en las aguas freáticas y llega a los ríos, con el consiguiente peligro para la salud de todos.

Lo que hay que decidir cuanto antes es qué tipo de agricultura necesitamos para alimentar a la población sin causar perjuicios irremediables al planeta y a quienes lo habitamos y, lo que es igualmente importante, quienes lo habitarán en el futuro.

Porque los grandes beneficiarios del sistema actual son los conglomerados industriales, por cuya culpa, la agricultura ha acabado metida en un círculo vicioso.

Las empresas del sector agroquímico ofrecen a los agricultores tanto fertilizantes como plaguicidas con los que combatir a los parásitos que atacan los monocultivos sin encontrar oposición natural por parte de otros organismos.

Y es que, según afirman muchos científicos, la mejor prevención contra las enfermedades y los parásitos es precisamente la biodiversidad, ya que plagas y parásitos se mantienen en jaque entre todos.

Y no sólo eso, sino que cuando las plantas y los frutales son polinizados regularmente, como ocurre en un entorno libre de pesticidas, sus frutos son de mayor tamaño y tienen más azúcar y minerales.

Cada familia de insectos cumple su papel en el ecosistema y muchas están además especializadas en distintas plantas, de las que se alimentan o que utilizan para la cría.

Cada planta es portadora de material genético, que cumple a su vez una función importante en determinado momento. La flora y la fauna se desarrollan de modo permanente, y los genes desarrollan a su vez resistencias naturales tanto contra los parásitos como contra los insecticidas.

De ahí precisamente la importancia de la biodiversidad, que es lo opuesto de los monocultivos, modelo preferido del tipo de agricultura industrial que ha acabado imponiéndose en detrimento del modelo tradicional.

El capítulo agrícola de la Unión Europea representa 59.000 millones de euros anuales y es urgente que ese dinero deje de favorecer sobre todo a las grandes explotaciones y al sector agroquímico y se dedique en cambio a potenciar la biodiversidad y un tipo de agricultura mucho más sostenible.

Porque el actual es un modelo que enriquece sobre todo a los grandes latifundistas, permite bolsas de fraude, fomenta cultivos innecesarios pero que permiten cobrar las subvenciones, contribuye a la muerte lenta del campo y expulsa además de los mercados a los pequeños exportadores de los países pobres.

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