La conmoción inundó la ciudad desde el mismo momento en que se conoció la identidad del cadáver que apareció en el vehículo. Se trataba de un familiar directo de uno de los empresarios más poderosos de Alicante, cabeza visible de un holding con empresas de diferente actividad, personaje bien considerado entre la alta burguesía alicantina, siempre ocupando lugares de privilegio en destacados consejos de administración amén de mantener excelentes relaciones con la Cámara de Comercio, el Puerto de Alicante y, cómo no, con el Real Club de Regatas dada su gran afición al mundo de la vela. Con tal expediente se antojaba lógico intuir que el trágico suceso iba a acaparar las tertulias en todos los rincones y a coleccionar titulares durante meses en los medios de comunicación de una ciudad incapaz de salir de su asombro. No era para menos. La víctima, por su condición de destacado miembro del poderoso clan familiar, también tenía su relevancia, algo que quedaba cotidianamente de manifiesto merced a una intensa actividad en la vida social alicantina. Por todo ello, unido a un alto nivel de atención mediática, acorde al interés que había despertado el suceso, no resultó extraño comprobar el despliegue de medios policiales para tratar de esclarecer el delito tras su macabro descubrimiento. No, no me estoy refiriendo al crimen de María del Carmen Martínez, viuda del expresidente de la CAM Vicente Sala, del que mañana se cumple el primer aniversario, sino del que tuvo lugar hace 40 años, el de Santiago Madrona Gusi, conocido como «Tatín», sobrino de Heliodoro Madrona -poderoso empresario alicantino de mitad del pasado siglo- que apareció desnudo, atado y con un orificio de bala en el tórax en el maletero de un Seat 127, estacionado en el aparcamiento del aeropuerto de El Altet a finales de abril de 1977. Curiosamente, ambos homicidios tienen otro denominador común: falta el culpable, falta el asesino.
