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Puertas al campo

De políticos varios

Pido disculpas por la cita que sigue. Pero resulta curiosa. Se trata de un autor que habla de políticos. Estos peculiares personajes, dice el autor en cuestión, están «dispuestos a sacrificar al pueblo y al mundo entero, si es posible, para no perder su provecho particular». Es algo duro de reconocer, pero así parece: su interés personal está por encima del interés de su partido que está por encima del interés de la colectividad a la que se dirige (pueblo, «nación», electorado, gente o lo que sea, que tampoco les importa mucho a quién están diciendo defender). Los principios en que se basan estos reputados políticos serían los siguientes, pidiendo también disculpas adicionales por los latinajos que he encontrado en el texto que cito:

«1. Fac et excusa (traducción: Actúa y justifícalo): Aprovecha la ocasión favorable para entrar arbitrariamente en la posesión de un derecho del Estado sobre su pueblo o sobre otro pueblo vecino. La justificación será mucho más fácil después del hecho y la fuerza será disculpada más fácilmente que si se quisiera meditar antes sobre los argumentos convincentes y se esperara a los contraargumentos».

Política curiosa que consiste en dejar los argumentos (los análisis concretos de situaciones concretas) para ociosos, alquilados o comprados y así poder centrarse en hacer tranquilamente lo que uno considera que le conviene, por encima de cualquier retórica.

«2. Si fecisti, nega (traducción: Si has hecho algo, niégalo): Niega que lo que tú mismo has cometido, por ejemplo, para sumir a tu pueblo en la desesperación, conduciendo de esta manera a la revolución, sea culpa tuya; afirma, en cambio, que la culpa está en la desobediencia de los súbditos o que está en la naturaleza del hombre, que, si no se adelanta al otro con violencia, puede estar seguro de que será el otro quien se le adelante y le someta a su poder».

No hace falta haber conducido al «pueblo» a la revolución. Basta con haberlo dejado sumido en perplejidades, aumentando sus fracturas sociales y reduciendo los ingresos que, como suele suceder, son cosas que afectan a los más débiles, diga lo que diga el mítico PIB.

«3. Divide et impera (traducción: Divide y vencerás): Si en tu pueblo existen ciertas personalidades privilegiadas que te han elegido como su cabeza, desúnelas y enemístalas con el pueblo; ponte luego del lado del pueblo, bajo la ilusión de una mayor libertad; de esta manera todo dependerá de tu absoluta voluntad».

Como truco suena muy bien: enemístalos con el «pueblo» y pásate a defender a ese pueblo contra sus nuevos enemigos. Ganancia asegurada, dentro de lo que cabe. Pero mucho más complicado de lo que parece.

Ninguna maldad por mi parte. No hablo de algunos secesionistas que un día dicen una cosa y otro otra dependiendo de circunstancias políticas y judiciales, ni de miembros del Partido Popular con su habilidad para sacar de la agenda asuntos espinosos como la corrupción, ni de lo difícil que resulta definir a la alcaldesa de Barcelona incluso pensando en su ámbito de competencias, ni del actual secretario general del Partido Socialista (en sus dos versiones, la española -PSOE- y la catalana -PSC-: no es sí y sí es no y a mí que me registren) y, si prefieren, tampoco hablo de líder de Podemos en la línea de la alcaldesa recién citada aunque con estilo que suena más a estalinista.

Pues no. El autor que cito es nada menos que Emmanuel Kant, un filósofo que vivió hace algo más de 200 años, y cuyas frases vienen de su La paz perpetua, publicado en 1795. El pobre ( Tartarín de Koenigsberg lo llamó A ntonio Machado añadiendo que «con el puño en la mejilla todo lo llegó a saber») creía, antes de que existiera la televisión y las redes sociales, que «con estas máximas políticas no se engaña, en realidad, a nadie, pues son de universal conocimiento». Se equivocaba, evidentemente, o vaya usted a saber a qué «conocedor» se refería, pero, escrito hace unos 200 años, el texto muestra con claridad los principios prácticos que guían a estos expertos capaces de proporcionar respuestas sin hacer preguntas y entre los que difícilmente se encuentran los nuevos ilustrados, más ocupados en hacer preguntas para las que no tienen respuesta.

Sin entrar a la crítica del libro (semejante a la que se puede hacer a su acompañante, La religión en los límites de la mera razón), resulta curioso que esas citas sean tan actuales, fruto, tal vez, de haberlas sacado de contexto. Pido también disculpas.

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