En este diario se publicaba esta pasada semana una noticia con el siguiente titular: «El Festival Erótico de Alicante de IFA adelanta el sexo del futuro con robots y realidad virtual». Y en la entradilla se especificaba que «La sexta edición del FEDA contará este fin de semana en IFA con la presencia estelar de una cibermuñeca y animación erótica». El contenido, absolutamente acrítico, reproduce la nota de prensa con la que las dos empresas organizadoras (de la industria del porno) hacen publicidad del evento. Un evento que tiene lugar en las instalaciones de la Institución Ferial Alicantina (IFA), un consorcio de carácter semipúblico cuya alta representación y gobierno ostenta Rafael Climent, el conseller de Economía Sostenible, Sectores Productivos, Comercio y Trabajo del Gobierno valenciano, y que también esta misma semana confirmaba que la Generalitat asumirá los 70 millones de deuda que soporta IFA, tal y como publicaba este diario. O sea, que parte de eso, que además se celebrará el mismo día en que se denuncia mundialmente la violencia contra las mujeres, lo pago yo con mis impuestos. Como comprenderán, no puedo permanecer en silencio.

No es que yo sea, sexualmente hablando, una «estrecha». Pero es que lo que nos venden como sexo a través de la pornografía no es sexo, es violencia. Y, concretamente, violencia machista. Ya la feminista Andrea Dworkin, lesbiana radical (¡cuánto tenemos que agradecer a las feministas lesbianas!), centró tempranamente su activismo en la lucha contra la pornografía, como testimonia su libro «El odio a las mujeres» (1974), a la que calificaba como discriminación sexual y que prosperó en Indianápolis en forma de ley con la ayuda de la abogada feminista Catherine Mackinnon. El Tribunal Supremo de los Estados Unidos se encargó de tumbarla. Pero la adelantada Dworkin sabía de qué hablaba aún antes de la generalización de internet. Gail Dines, doctora en Sociología y Estudios de las Mujeres en una institución de enseñanza superior en Boston, afirma ahora (como otras muchas) que la pornografía es la crisis de salud pública de la era digital. Explica cómo la industria pornográfica ha secuestrado la sexualidad, de tal manera que reduce el sexo a un producto industrial tóxico. En efecto, teclear en google «sexo» te catapulta hacia un mundo de violencia sexual, degradación y deshumanización. Lo que llamanos «hacer el amor», en el mundo del porno ?afirma Dines- en realidad es «hacer el odio». Todas las emociones que emergen están vinculadas al odio: degradación, miedo, violencia, asco. Los chicos piensan que las chicas se van a comportar como las chicas y las mujeres en la pornografía. Así, lo que se denomina «bukake» acaba siendo una violación grupal como la de los sanfermines. Si esto es el sexo del futuro, apaga y vámonos.