Semana negra para las mujeres. Un día nos levantamos con que el eurodiputado polaco de extrema derecha Janusz Korwin-Mikke se permite soltar en el Parlamento Europeo que la culpa de la despoblación rural es de nosotras porque se nos ha ocurrido «trabajar fuera de casa. Hay que decirlo, porque todas se empeñan en ello».
Claro que sí, en qué estaría yo pensando cuando estoy aquí dándole a la tecla en lugar de estar en casa cocinando, limpiando y cuidando de mis hijos.
Otro día nos encontramos con que, en el juicio a cinco hombres acusados de violar en grupo a una joven en los sanfermines de 2016, el tribunal acepta unir a la causa un informe elaborado por detectives de la defensa sobre ella o se le cuestiona por qué no se resistió más. Claro, si es lo más normal, que se pongan a vigilar a la chica no sea que un día se le ocurra sonreír o coger a algún hombre de la mano y eso signifique, en realidad, que ha osado, después de lo que supuestamente le hicieron, intentar dar un paso al frente, no encerrarse en su casa y luchar por sobrevivir.
Y sin establecer comparaciones, otro día llega mi hija de 5 años del colegio y me dice que algunos de sus amiguitos no quieren jugar con ella en el patio «porque soy chica». Yo no supe qué decirle, así que le solté que no se preocupara, que ya se les pasaría, que si ellos no la querían que jugase con otros amiguitos, y le pregunté: «¿Acaso los chicos son mejores que las chicas?». Reconozco que se me hizo un mundo el segundo que tardó en darme su respuesta, mirándome fijamente: «¿Mejores? No, somos iguales, ¿verdad, mami?».
Ojalá fuera esta la mayor de las preocupaciones y encontronazos que mi pitufa vaya a tener con los hombres, pero me entristece reconocer que va a tener que soportar en la vida a más hombres que nos reprochen trabajar fuera de casa o que abusen de nosotras.
