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Vuelta de hoja

La manada

San Fermín. Macro fiesta de mal vino, vinagre, sal y sangre. La adrenalina afila los cuernos al arrimo de la madrugada. El aire huele a establo y a sable de degollar

San Fermín. Macro fiesta de mal vino, vinagre, sal y sangre. La adrenalina afila los cuernos al arrimo de la madrugada. El aire huele a establo y a sable de degollar. Las lanzas de los cromañones ahora son periódicos enrollados y los mamuts van detrás en una absurda cacería inversa. Pasa el azote frenético de las bestias dejando un reguero de heridos por la calle. Una suerte de iniciación a la hombría huera, a la estúpida machada. Pero es tradición «ennoblecida» por la literatura. Hemingway internacionalizó el atavismo español y lo extendió por el mundo. España siempre ha sido un país violento. Hasta sus fiestas son violentas. España sigue siendo un ganso descabezado, una cabra que vuela desde un campanario, una matanza en la calle por San Martín, cuando el aliento denso se mezcla con la sangre caliente, un toro cegado por el fuego o degollado en una plaza. Una vez me invitaron a una matanza. Los chillidos del cerdo rompían el aire como un restallo. Tuve que irme conteniendo las arcadas. Lo que más me impresionaron fueron las risotadas de los más pequeños. Agarraban con sus manos menudas las tetillas del animal y las arrancaban de un tajo. Luego las ponían a asar. La ceremonia de la muerte, el regodeo en el sufrimiento, el fuego recién descubierto. Sí, seguimos habitando la cueva. Salimos, de vez en cuando a cazar, a depredar, a bailar danzas histéricas aclamando a dioses de humo. No han pasado siglos de civilización. Velázquez pintando el aire no ha existido nunca. Ni Cervantes, ni Baltasar Gracián, ni Ortega. Seguimos siendo monos que no controlan ni los instintos, ni los esfínteres.

San Fermín, 2016. Cinco cromañones, cinco depredadores (cinco) después de un día intenso de encierros, risas, calimochos, tórridas meadas en los rincones y rijo desatado, meten en un portal a una joven de dieciocho años y se la meriendan sin contemplaciones. Cinco faunos y una ninfa. Cinco garañones con la inteligencia en el glande, cinco malas bestias que no saben de nenúfares, ni de fuentes cuando amanece. Que no saben, porque no conocen, que tras la madrugada de bilis y alcohol mal digerido aún existe la amapola de la inocencia. Se hacen llamar «la manada». Digno nombre que los retrata. Pero la manada se convirtió en jauría. Y la jauría probó la sangre de las farolas. Grabaron vídeos y se los sirvieron a los amigotes para que se recrearan en su gesta.

Ahora empieza el juicio. No sé si cuando llegue a manos del paciente lector este texto ya habrá sentencia. Pero yo creo que no sólo es un juicio a cinco alimañas. Es un juicio a la humanidad, a un sistema dislocado, a una infame falta de principios, a la deshumanización global. Es un juicio a la falta de educación, de sensibilidad y de empatía que nos colma, a la panda de borregos sin alma en que los que mueven los hilos nos han convertido. Si hay guerras, hambre, terrorismo de estado, saqueadores de países, no nos extrañemos de que haya analfabetos de mente y de espíritu que sólo vean en una mujer un trozo de carne. La sentencia debieran ponérsela a la humanidad entera porque si esto no cambia siempre habrá tirada en la calle una niña, llena de asco y vergüenza, mirando a la luna con las piernas fieramente abiertas.

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