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Toni Cabot

La atalaya

Toni Cabot

Pavón

Pavón ya ha entrado en campaña, me comentaba la semana pasada un alto directivo que suele atinar en sus análisis políticos. Esa era la lectura que dejaba la alocada carrera de quien siempre caminó despacio, sin prisas, recreándose en la suerte... hasta ese momento en que decidió entrar a matar, tras rumiar con disgusto durante semanas que su nombre iba a dejar de figurar ligado a la concejalía de Urbanismo. El edil de Guanyar ha puesto la figura de Echávarri en la cruz del punto de mira y a Alicante como bala en la recámara. Atrincherado entre excusas poco convincentes para hacer en unos días lo que no hizo en dos años, pone el candado y paraliza el movimiento en el Puerto al tiempo que cita al sector del ocio para consumar su última maniobra, horas antes de abandonar sus competencias, finiquitando con tinta roja un pacto que desde el principio presentó mala pinta. Cierra así su etapa de gestión un concejal que se dejó guiar más por sus fobias que por sus filias, sobre el que primó más su odio a Ortiz que la mejora efectiva de la ciudad, quien prefirió tragar con la suciedad antes de tomar medidas que pudieran beneficiar a la contrata, quien se decantó por estrechar los canales de animación económica en lugar de agilizar los trámites y ampliar vías para favorecer la recuperación del sector tras años de penurias. Es probable que, como apuntan quienes más le han tratado, Pavón no haya engañado a nadie, que todo lo que hace o ha hecho responde a los trazos marcados en su cadena de adn, pero también suena verídico que la labor que ha desempeñado (junto a sus compañeros de viaje) no alcanza, ni de lejos, el aprobado entre la ciudadanía. El dato debería servir para hacérselo mirar, pero las reacciones que brotan cuando es objeto de crítica apuntan que no surtirá efecto.

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