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Juan R. Gil

Análisis

Juan R. Gil

La malquerida

La Corporación municipal de Alicante, la peor de cuantas han pisado el Ayuntamiento desde que en 1979 se celebraron las primeras elecciones democráticas tras la dictadura franquista, le ha declarado la guerra a la ciudad. La izquierda ha sepultado bajo toneladas de incompetencia, sectarismo y postureo toda posibilidad, no ya de seguir en el Gobierno, sino posiblemente de volver a ostentarlo por mucho tiempo. La derecha, enredada en sus propias miserias de partido y de familias, se ha desentendido de sus obligaciones al punto de proclamar que sólo asumirá la Alcaldía «por imperativo legal», remedando la fórmula que tantas veces usaron en las instituciones los viejos batasunos. Los ciudadanos, pues, están inermes. La situación no provoca estupor, sino vergüenza.

La segunda ciudad de la Comunidad Valenciana, la capital de la quinta provincia de España, está presidida por un alcalde, Gabriel Echávarri, que carece de toda legitimidad para seguir en el cargo, puesto que el acuerdo que le situó en él con apenas seis concejales de 29 está roto. Pero pretende seguir hundiendo el Ayuntamiento, manejarlo con sólo esos seis ediles, casi ninguno de los cuales -empezando por él mismo- ha demostrado estar capacitado para ejercer tan alta distinción. El todavía vicealcalde, Miguel Ángel Pavón, líder de una marca, Guanyar, que no volverá a presentarse como tal a otras elecciones, se dispone a pasar los escasos días que le quedan en el puesto -hasta el próximo miércoles- ajustando cuentas con todos aquellos que no piensan como él. Morir matando, como rezaba el atinado titular que presidía ayer mismo estas páginas.

¿Nadie va a parar este disparate? ¿Van a seguir viniendo a Alicante, participando en actos institucionales, lanzando mensajes de responsabilidad a sus habitantes, como si no pasara nada, el president de la Generalitat y los miembros de su Consell? Aunque sólo fuera por pudor, no deberían hacerlo. No tendrían que venir más mientras la situación sea ésta. Ni Ximo Puig, ni Mónica Oltra, ni Antonio Estañ, jefe de Podemos, ni nadie de lo que quiera que quede en este territorio de Esquerra Unida, un partido que un día fue respetable y que hoy ofrece -en los ayuntamientos como en las diputaciones- una imagen lamentable.

Tampoco nadie del PP, de Císcar a Bonig, debería pisar este lugar. ¿Cómo puede entenderse que, en la mayor crisis de gobierno municipal vivida en cuarenta años, el partido que, pese a todos sus escándalos, fue el más votado en las últimas elecciones no tenga otro discurso que no sea el escapista? ¿Cómo pueden comparecer ante sus electores diciéndoles que no quieren gobernar? ¿Y entonces, para qué les pidieron el sufragio? ¿Para repartirse unos cuantos sueldos en la oposición? Pues si es así, si en un momento como éste, ese es todo el mensaje de que son capaces; si en lugar de dar el paso adelante de garantizar a los vecinos, incluso a los que ni les votaron ni les votarán jamás, que están dispuestos a buscar soluciones, lo que hacen es seguir con sus conspiraciones de salón, intentando que el tránsfuga que tienen apadrinado en la Diputación dé su voto para que el tripartito se recomponga, aunque sea sin programa ni futuro, mientras ellos resuelven sus miserias internas; entonces, digo, que el PP no vuelva a presentarse más. Ya está bien de estafar a los ciudadanos.

Cerremos las Casas Consistoriales y echemos la llave al mar. Este ayuntamiento que en dos años suma ya dos investigaciones judiciales sobre su alcalde y los principales asesores de éste; que en dos años cuenta con dos portavoces fugados; que en dos años ha registrado dos ediles tránsfugas, es un esperpento tanto a babor como a estribor. Pero la culpa dolosa no es sólo de quienes forman la Corporación, sino de los partidos que hicieron las listas y las aprobaron y que ahora no saben qué hacer para sacarnos del pantano, de tanta mediocridad como acumularon en las candidaturas.

Mi compañero Pere Rostoll cuenta hoy en este periódico las conversaciones y los movimientos que se vienen produciendo desde que, con la salida de Compromís de este gobierno zombi, el tripartito estallara definitivamente en Alicante. Todo es de una cortedad de miras aterradora. ¿Nadie se da cuenta de que, ante la excepcionalidad de la situación, son necesarias medidas excepcionales? ¿Piensa alguien que puede resolver nada desde el egoísmo partidista? ¿Es que no queda nadie en la política valenciana con un mínimo de sentido del decoro, con vocación de servicio público? ¿Es que van a dejar que esta ciudad, castigada durante tanto tiempo, se venga definitivamente abajo, siga perdiendo una oportunidad tras otra, un tren detrás del anterior, hasta quedar en la más absoluta de las irrelevancias? ¿Todo lo que tiene que decir el PSOE de lo que está pasando es que el alcalde debe seguir hasta que le sienten en el banquillo? ¿Todo el proyecto de Compromís es apartarse a ver si se olvida pronto su participación durante dos años en el dislate que desde el primer día fue este pacto a tres que ya hizo aguas antes incluso de firmarse? ¿Todo lo que es capaz de hacer el PP es esconder la cabeza bajo el ala? ¿Vamos a estar así hasta 2019? ¿Van a seguir cobrando por esto?

Alicante es una ciudad malquerida por sus dirigentes, que durante años la han desgobernado hasta hacerla irreconocible. Mientras tanto, se pierden inversiones, se deshacen proyectos, se desprotege a los necesitados, se hace a todos los vecinos la vida más difícil; la trama urbana se deteriora, la convivencia se crispa, la ciudad retrocede en lugar de avanzar, permanece en coma mientras otras salen de la crisis; sus infraestructuras se quedan obsoletas sin posibilidad de renovación, las iniciativas huyen de un lugar en el que no hay ni orden ni concierto, de un sitio donde todo se agosta y nada se termina, de una capital donde todos los días hay titulares pero ninguno hay noticias. Alicante es una ciudad tan maltratada que ni siquiera se indigna, vive en permanente estado de resignación. Dijo hace tiempo Ximo Puig, en una declaración que dejó pasmado a todo el mundo, que quería hacer de Alicante «bicapital» de la Comunitat. Pero vamos camino de quedarnos en pedanía.

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