icen que errar es humano, rectificar es de sabios y perdonar es divino. Hace unos días escuché a María Jesús González, madre de Irene Villa, en el programa de Herrera, hablando de la reapertura del caso del atentado que ETA cometió contra ellas dos, madre e hija, en 1991 y me quedé un poco en shock. Recuerdo la primera plana de algún periódico de entonces, en la que aparecía ella tirada en el suelo, con la falda subida y las medias rotas, en medio de un charco de sangre. Ambas sufrieron grandes amputaciones. Me impresionó mucho aquella portada, porque me pareció que esas fotos atentaban contra su intimidad y su dignidad. Al horror causado por la bomba se añadía esa exhibición impúdica a la vista de todos de su desgracia. Al escucharla en la entrevista de la radio me sorprendió que González dijera que tanto ella como su hija Irene habían perdonado desde el primer día a los etarras. Deben de ser personas hechas de una pasta especial, pues sinceramente dudo mucho que yo, en la mismas circunstancias, fuera capaz de tal cosa. En este sentido, Emiliano Revilla, que estuvo secuestrado durante meses por ETA en 1988, decía esta misma semana que él no había perdonado a sus secuestradores y que no pensaba hacerlo, sentimiento éste más extendido que el anterior entre el común de los mortales. No es exigible el perdón cuando te han hecho tanto daño, si bien es deseable y hasta sano para la salud mental y felicidades del que lo ha sufrido. El rencor corrompe.

A pesar del perdón que personalmente ellas dos habían experimentado, Mª Jesús González dijo que quien no podía perdonar era el Estado y que los delitos, ahora que se había reabierto el caso, debían ser perseguidos para castigar con ello a los culpables. Comparto la opinión, porque el Estado no puede bajar la guardia y dejar que se vayan de rositas quienes han causado tanto daño a otras personas, debiendo poner para ello en marcha toda la maquinaria necesaria. En este sentido, el Estado ha de tratar de rehabilitar en los casos en que sea posible al delincuente y en los que no simplemente castigar al autor del hecho punible con la privación de libertad, uno de nuestros bienes más preciados. Y sigo pensando que, pese a la extrema gravedad de algunos hechos, la pena de muerte no puede ser la solución. Parece mentira que en los Estados Unidos aún se haya aplicado a un hombre esta misma semana, por un asesinato ocurrido hace 40 años. Como decía Gandhi, ojo por ojo y el mundo se quedará ciego.