Antonio Bolaños hizo suya la estructura descriptiva acuñada por Juan Antonio Samaranch y, al proclamar que Alicante firmaba la mejor Volvo Ocean Race de la historia, lanzaba el guante sobre el cemento del puerto. Qué error tan grave se cometería si dejamos escapar algún día este evento de primer nivel, nuestra particular Olimpiada. La Volvo 2017 no solo ha pulverizado todos los récords (asistencia de visitantes, impacto económico, actos, repercusión mediática...), también colorea y realza el nombre de la ciudad en el mapa internacional. La firme apuesta de Ximo Puig para mantener la VOR en el puerto alicantino, unida a la decisión del Banco Sabadell de trasladar su sede a esta tierra, aporta una capa de optimismo a la lesionada autoestima de un pueblo harto de ver cómo se le acaba el discurso de reafirmación tras alardear de arroz, de clima y de luz. Se hace necesario, asimismo, involucrar a todos los sectores para que este maná siga cayendo sobre esta tierra más allá de 2023, hasta convencer a quien corresponda de que la Volvo debe quedar etiquetada como sede permanente en Alicante porque en ningún otro sitio puede estar mejor. Ese reto, al que debe unirse sin dudar la iniciativa privada, exige completarse propiciando un latido continuo, sin pausas ni vacíos. La magnitud y alcance de esta competición brinda prestaciones sobradas de rentabilidad y explotación mucho más allá de las dos semanas previas a su arranque cada tres años. El Consell ya baraja instaurar el «Mig Any» de la Volvo Ocean Race para atraer competiciones náuticas y actividades varias que ayuden a mantener viva la llama en el pebetero una vez han zarpado los barcos. Por ahí se empieza, ese es el camino. No lo olvidemos y sigamos adelante.
