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Jesús Javier Prado

Visto, oído, leído

Jesús Javier Prado

...Y el dinosaurio todavía estaba allí

Desde el lunes por la noche tengo pesadillas con Ferreras: con sus tics, con su tensión dramatizada en directo, con la musiquilla de película de serie b elegida como fondo para dar paso a sus soldados esparcidos por los puntos neurálgicos de la noticia. El director de informativos de la Sexta saca petróleo de una frase, de una respuesta ambigua, de un tuit cazado al vuelo, del segundo de duda del entrevistado que cae bajo sus garras de águila perdicera y periodística.

Ferreras es un vampiro de la audiencia, un guepardo de la sabana televisiva, un loco de este negocio de la información política que arrasa a sus aburridos contrincantes, indolentes y perezosos y con dos marchas de menos, sin capacidad de reflejos para presentar batalla a alguien que a lo mejor no es el más fuerte, pero sí el más hábil, rápido y quien mejor se adapta al terreno que toca pisar. Debido a él me voy nervioso a la cama y tengo que echar mano de alguna pastilla para dormir, porque estoy a cien. Pero es que amanece el martes, enciendo la tele y vuelve a estar ahí, inasequible al desaliento, como el dinosaurio del cuento de Monterroso, que por fin entiendo en toda su profundidad y magnitud filosófica. Gracias, Ferreras, gracias. Empoderado por los datos de audiencia de la noche anterior -donde casi duplica la media de su cadena- ya va sin frenos sacando conclusiones, metiendo el dedo en el ojo a sus colaboradores, subiendo la musiquilla a millón, entrevistando a quien le da la gana y dando órdenes en plan general de campo en la batalla decisiva de Normandía: «¡ Pastor, dame novedades!» ruge en directo, y el share le sube tres puntos. Informal y de negro riguroso, Ferreras da órdenes, corta para publicidad, riñe a Sardá, mira al telespectador, y se pasa cuatro horas en antena que te dejan exhausto, rendido a su verbo vehemente y a sus dramáticas pausas escénicas, tras las cuales se toma un descanso para coger los prismáticos y dirigir a sus peones desde el puente de mando para el asalto periodístico del Parlament, de la Moncloa, de la Avenida Lluís Companys, de Ferraz, en la tarde noche más decisiva de España desde que Cristo perdió el gorro y quizás hasta la barretina.

Tras la confirmación de que el surrealismo se ha instalado definitivamente en el bloque independentista, Ferreras vuelve a la carga desde su sillón, porque se las están poniendo como a Fernando VII: la suspensión de algo que no ha sido aprobado, la firma tan chusca, naif y desangelada de un papelote que no sirve para nada, las pocas ganas de mambo y de sonrisas de los de la CUP, las caras de póker y sudorosas de los «Jordis» de la ANC y Òmnium tratando de explicar lo inexplicable, el humo del puro de Rajoy que vuelve a asomar por la ventana de Moncloa?El conductor de Al rojo vivo no da tregua, no para quieto, pero no se mueve del asiento y lleva tres días sin ducharse (Ferreras, eres de los míos: como fuera de casa, en ningún sitio?). Los «catañoles» de corazón nos resistimos a irnos a la seguridad del catre, y preferimos la adrenalina catódica del rey de la audiencia en estos días y tardes vertiginosos. Y es que hay pocas semanas en las que puedas ver a un rey dando con el puño encima de la mesa, a un president despeinado utilizando el marketing en prime time para poner a un estado al borde del precipicio, a una vicepresidenta con la mirada tensa y nerviosa. Y el desenlace del procés en su particular «minuto de oro», con Puigdemont diciendo que sí pero no y que tal vez, fue, desde un punto de vista televisivo, inmejorable.

Menos mal que después apareció otra vez Ferreras para acompañarnos en la duda, para dar serenidad en medio de la incertidumbre, para calmarnos a todos: «Ya lo han visto, en directo, en la sexta, pero ¿ha proclamado la independencia, o no lo ha hecho? A mí no me ha quedado claro, Escolar ¿tú cómo lo ves?». Como un buen profe que hipnotiza a una clase llena de adolescentes revoltosos, Ferreras hace que mande al cajón de la historia el aburrido capítulo que tocaba de House of cards y que me den otra vez las tantas, viendo la decepción del filósofo indepe Bernat Dedéu que asume que esta vez, tampoco. Termino yéndome a la cama, pero sin ganas, mientras sigo oyendo de fondo al dinosaurio vestido de negro, de nuevo «¡Pastor, novedades desde el Parlament!». Ruge, Ferreras, ruge...

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