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La independencia como espectáculo

La "salida a la catalana" de Puigdemont

Quedo con unos amigos para asistir a la retransmisión televisada de la ruptura del viejo Estado español, una (al parecer) entelequia que ha durado nada menos que quinientos años. El espectáculo se presume grandioso porque pocas veces (quizás nunca) se habrá visto en el mundo como un parlamento regional cuya única razón legal de existir son las competencias delegadas por el Estado que garantiza su existencia se rebele contra este, lo derrote y se constituya a su vez en Estado llevándose una parte de su territorio y con él a toda la ciudadanía que lo habitaba. Es una hazaña propia de un dios, o de un semidiós dotado de fuerza descomunal como era el legendario Hércules, pero que en este caso la protagonizan una mayoría de diputados (ni siquiera la totalidad) que con la sola fuerza que le dan sus convicciones políticas son capaces de enfrentarse a pecho descubierto a un adversario mucho más fuerte. Y todo eso sin tener detrás un ejército, un poder judicial, un poder legislativo y un poder financiero que lo apoyen. Es lógico, por tanto, que esta nueva edición de la batalla entre David y Goliath despierte tanta expectación y a Barcelona se hayan desplazado representantes de la inmensa mayoría de medios de comunicación internacionales. No todos los días, ni todos los años, puede verse en directo como en una hábil operación de cirugía pueden separarse del cuerpo de España 32.106 kilómetros de superficie y 7.523.000 habitantes sin que haya efusión de sangre y el operado sin anestesia se queje más de la cuenta. En las cadenas de televisión y de radio por las que vamos transitando los de la peña predomina el tratamiento informativo sensacionalista, más propio de uno de esos partidos llamados "del siglo" que de cualquier otra cosa. En algún caso comenzaron las transmisiones en la tarde noche anterior, la prolongaron hasta la madrugada, siguieron a primera hora de la mañana del día siguiente y de ahí, con los obligados cortes para la publicidad, hasta la comparecencia del señor Puigdemont al que se nos quiso presentar como un hombre agobiado ante la enorme responsabilidad de poner en marcha el Apocalipsis. Mientras aguardábamos pudimos escuchar algunas barbaridades. Un conocido locutor, por ejemplo, pidió el encarcelamiento inmediato de Puigdemont, de Artur Mas, del mayor Trapero, de la señora Forcadell y ya en trance de intensísima excitación también el encarcelamiento del presidente Rajoy y de la vicepresidenta Saenz de Santamaría, que además de ser los fabricantes en la sombra de Podemos (¿quién pudiera imaginarlo?), tienen un plan para destruir España por su complacencia con los soberanistas. Y en estos entretenimientos estábamos cuando llegadas las seis de la tarde, hora fijada para el inicio del debate, nos comunican que se suspende durante una hora a petición del propio Puigdemont, lo que alentó los rumores sobre mediaciones de última hora y disensiones dentro del bloque soberanista. Por fin compareció el todavía "president" y después de un discurso victimista anunció el derecho de Cataluña a constituirse en República independiente, si bien aplazada su entrada en funcionamiento mientras se negocia. Es decir, se retrasa "sine die" el Apocalipsis, se ponen a salvo las nóminas y se bordea el delito de sedición. Una salida a la catalana.

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