Hay que defender siempre el derecho a que los deportistas -al igual que los actores, los abogados, o los mediopensionistas- se manifiesten o movilicen sobre los problemas políticos y sociales que surgen, sea cual sea su opinión: en Estados Unidos, que nos saca bastantes cuerpos de ventaja en estos dilemas, hemos visto los actos de protesta que los jugadores de fútbol americano están llevando a cabo poniendo rodilla en tierra cuando suena su himno antes de los partidos, como protesta contra Trump y su incendiaria política racial. Antes que deportistas, actores o mediopensionistas, son ciudadanos con todo el derecho del mundo a expresar su opinión en voz alta sobre cualquier tema que sientan o les afecte, como usted y como yo.

Piqué no ha sido el único deportista catalán ¿y/o? español en pedir un referéndum: los hermanos Gasol u otros futbolistas del Barca se han pronunciado en el mismo sentido, y no ha pasado nada. El problema con Piqué es que él mismo se ha puesto conscientemente y desde hace tiempo en el disparadero, y básicamente, por ejercer de gracioso. Y los graciosos tienen poca credibilidad cuando tratan de ponerse serios (y compungidos) por lo que está pasando. ¿A qué Piqué debemos creer, al que se pone en plan estadista en una rueda de prensa o al que aprovecha para meter el dedo en el ojo innecesariamente a los aficionados del Madrid, siempre que tiene ocasión? ¿Al que manifiesta que España es un gran país o al que tuitea -desde la concentración de la selección- que está «jugando a la pocha» mientras se televisa el discurso del rey? Desde hace años, dependiendo de cómo se levante o de lo que le pida el cuerpo, Piqué decide si hablar en serio o soltar pellizquitos de monja pretendidamente ingeniosos para sus dieciséis millones de seguidores en las redes sociales, obligando a los aficionados al fastidioso trabajo de determinar si el buenísimo jugador del Barca está de broma, va en serio, o simplemente tiene ganas de tocar (fuera del campo) las pelotas y echar unas risas con sus fans.

Nadie mejor que Piqué sabe, porque es inteligente y no es ya ningún chaval, que el mundo del fútbol admite pocos matices o avezadas lecturas entrelíneas. Individualmente cada uno es cada cual, pero metidos en la masa de un estadio hay poco margen para ironías, sutilezas dialécticas o mensajes sofisticados. Lo podemos comprobar cada vez que el Barca juega una final de Copa, donde la afición blaugrana (parece que) en masa pita y abuchea al himno español sin pudor y con bastante regocijo.

Y lo pudimos comprobar en Alicante (una ciudad que no es precisamente la cuna del nacionalismo español más rancio), donde el Rico Pérez (pareció que) casi al completo se convertía en una especie de circo romano con el pulgar hacia abajo cada vez que el central de la selección recibía el balón (y luego trata de explicarle todo esto a tu hijo de doce años, porqué pitan el himno unos y porqué pitan a Piqué otros: entre el concepto de la libertad de expresión, los pros y contras del derecho de autodeterminación y la exposición que le hice sobre la problemática de los estados-nación en la Europa actual, el mío estuvo en un tris de llamar al 112 en descanso, diciendo que su padre estaba muy raro...)

Lo peor es que con su actitud todos estos años (inconsciente e inmadura: todo lo contrario de lo que es como jugador) ha acabado poniendo en una situación incómoda al seleccionador y a sus compañeros, obligados a posicionarse y hacer equilibrios verbales en cada declaración ante la prensa, y convirtiendo cada partido de la selección en un espectáculo con un punto de tristeza inevitable (por mucho que la Federación opte por meter a todo trapo el «Que viva España» de Manolo Escobar cuando los jugadores saltaban al campo a calentar, para evitar oír los pitos: otra sutileza audaz, pardiez).

La Roja sufre una anomalía, porque anómalo es pitar en todos los campos a un jugador de tu equipo, que además juega muy bien, pero la verdad es que ha puesto mucho de su parte. Dijo el aludido en la rueda de prensa del martes que si se sentara a comer y dialogar con todos los que le pitan, éstos dejarían de hacerlo. Pues que vaya empezando, uno a uno, que trabajo tiene. Pero que sea en serio y continuado, Gerard, y no a base de tuits según te pille el cuerpo. Ah, sí, que se me olvidaba: la selección ganó 3-0 con Isco en plan «superstar» y ya estamos clasificados para el próximo Mundial. La alegría nos inunda a los aficionados, la felicidad embarga a la piel de toro, y qué comienzo de otoño tan potente, a la par que maravilloso, estamos teniendo?