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Joaquín Rábago

¡Que las aguas vuelvan a su cauce!

Como ocurre con la naturaleza, también la política aborrece el vacío, y esto es lo que estamos viendo que sucede desde hace ya demasiado tiempo en la relación del Gobierno central con Cataluña.

El resultado de esa carencia lo tenemos ahí: locura colectiva independentista, desobediencia a las leyes del Estado, convocatoria de un referéndum ilegal, respuesta con porras y pelotas de goma, intimidaciones, escraches, insultos de unos y otros. En resumen, ruptura de la convivencia.

Hay demasiados atizadores de odio, demasiados incendiarios en todas partes, en algunos medios y en la calle, cuando más haría falta serenidad por parte de todos, condición indispensable para que se pueda hacer finalmente política.

¿Cómo es posible que, con todo lo que sucede en Cataluña, Mariano Rajoy siga escondido, escudándose simplemente tras la justicia y e incluso la monarquía, desvirtuando su papel de arbitraje, en lugar de asumir él mismo la responsabilidad que le toca?

Y en la otra parte, ¿hasta cuándo van a seguir alimentando una animadversión irracional, si no teñida en algunos casos de cierto racismo, al resto de España, llamando a la insumisión frente a unas instituciones que, aunque imperfectas, son de todos, arrogándose la representación de todo un pueblo y prometiendo lo que saben que es de imposible cumplimiento so pena de provocar un estallido social?

Cuando uno escucha los gritos de "¡a por ellos!" dirigidos por unos descerebrados en distintos lugares de España a las fuerzas del orden despachadas a Cataluña o los de "hijos de puta" lanzados desde balcones catalanes a policías nacionales o guardias civiles, es que algo muy grave sucede en el país.

No puede ser que se insulte a un conocido futbolista sólo por declarar que se siente catalán al grito de "Piqué cabrón, España es tu nación" ni que en el otro lado se amenace de muerte a periodistas sólo por contar lo que allí ven. Todo lo que sucede en y en torno a Cataluña da auténtica vergüenza.

Uno escucha de amigos e incluso parientes que han dejado de hablarse por culpa del dichoso "procés", de actitudes y comportamientos intolerantes cuando no fanáticos de una y otra parte, y piensa con envidia en Escocia o el Québec.

Dicen que existiría la posibilidad de que la Iglesia, que tiene siempre buen olfato para esas cosas, moderase en el último momento. Alguien tendrá que hacer algo si queremos evitar lo que, de producirse, sería un desastre para todos: catalanes, españoles y también europeos porque sus consecuencias serían incalculables.

Parece que a la CUP, que ha llevado hasta ahora la voz cantante en el "procés", todo eso le da igual, pues ellos están en otra cosa, pero ¿qué hay de esa burguesía nacionalista, conservadora y cuidadosa de sus ahorros, que, víctima de una alucinación colectiva, se subió al barco de la locura independentista?

La razón debe finalmente imponerse a ambos lados del Ebro de modo que las aguas vuelvan al cauce del que nunca debieron haber salido. ¡Por el bien de todos!

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