Don Mariano Rajoy tiene un estilo de hacer política que se caracteriza por dejar para otro momento la solución de los asuntos más peliagudos a la espera de que estos maduren convenientemente. Es una adaptación al arte de gobernar de aquella manera de proceder que era propia del funcionariado español del siglo XIX y que tan bien describió Larra en aquel famosísimo artículo que tituló Vuelva usted mañana. Dicen que el general Franco hacía algo parecido. Cuando un problema le incomodaba metía el expediente en la parte de abajo de la montaña de papeles que tenía sobre el escritorio y mientras tanto iba resolviendo los expedientes de la parte de arriba. Pasado un tiempo, el asunto emergía de nuevo y, si el general estimaba que aún no era llegado el momento de darle curso, volvía a meterlo en la base de la pila de papel y así hasta la vez siguiente. Podía permitírselo porque para eso era un dictador y ya se sabe que en los regímenes totalitarios la urgencia política depende de una sola voluntad. Hasta ahora, al señor Rajoy le fue bastante bien en política utilizando tácticas parecidas (en la prensa adicta llegó a elogiarse su magistral «dominio de los tiempos») pero en un sistema democrático moderno las dinámicas son plurales y escapan no pocas veces al control de quien está en la cúspide del poder. Y más aún si el problema consiste en la amenaza de secesión de una parte importante del territorio nacional. Desde que el contencioso catalán empezó a agravarse el presidente del Gobierno español ha ido respondiendo a las iniciativas de los oponentes con cautela y sin usar los enormes recursos de fuerza que la Constitución pone en sus manos. Y todavía siguió haciéndolo pese a la irregular aprobación en el Parlamento catalán de dos leyes que desbordan el marco legal español y abren paso a una declaración posterior del independencia. Tanto tacticismo legal no fue bien acogido entre los que le reclamaban mano dura e incluso el expresidente socialista Felipe González se manifestó partidario de utilizar el artículo 155 de la Constitución e intervenir la Comunidad Autónoma. Siguiendo con su forma habitual de comportarse, el señor Rajoy, ante la convocatoria de un referéndum declarado ilegal por la justicia podía haber ordenado al contingente policial desplazado a Cataluña que dejase a los Mossos d'Esquadra y a su jefe, el famoso Trapero (ese hombre que va a todas partes con una pistola al cinto como si fuera el sheriff de Dodge City), la tarea de controlar los colegios electorales como ordenaban los jueces. Desde luego, el control no se hubiese producido, el referéndum hubiese sido a ojos vista un pucherazo infame y, sobre todo, se hubiera ahorrado los lamentables incidentes de orden público que ahora tanto le afean. Y con ello la «foto» del acontecimiento que hubiere llegado al resto del mundo sería mucho más favorable. (La televisión como «espacio estratégico» que diría Baudrillard). Pero no desesperemos. He escuchado decir en la radio a Puigdemont que aún estamos a tiempo de acordar una mediación internacional para resolver como amigos este lío. Y hasta habló con respeto del Rey, que al fin y al cabo es el Jefe del Estado que todavía le paga el sueldo y le permite todo tipo de excesos.