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Análisis

La democracia viral y el contagio independentista

Ni Rajoy ni los partidos constitucionalistas han sabido desnudar al independentismo de su ropaje democrático

Vivimos en un mundo de imágenes que suplantan la realidad; de tuits que se imponen a argumentos fundados. La democracia parece rancia si no se pone en primer plano a las redes sociales, en las que cualquier anécdota se eleva a categoría. La crisis de la democracia representativa tiene que ver con el colapso del sistema tradicional de partidos, pero también con la reivindicación de una democracia directa que está falseada en su planteamiento.

Hemos llegado a un punto tal que parece que la democracia no es el sustantivo y lo importante es el adjetivo de «directa». Se llama democracia a cualquier manifestación que emane de la calle o de las redes sociales. Se ha instalado la democracia viral, en la que votar es un contagioso clic en «me gusta», para luego tener disponible al instante el recuento de seguidores.

Los medios de comunicación tradicionales, sobre todo radio y televisión, se han plegado a este plebiscito cotidiano en la lucha por la audiencia. Su función social de crear una opinión pública bien informada ha sucumbido a la tentación del espectáculo de charlatanes tertulianos, que lo mismo hablan del proceso secesionista que de la violencia de género o del sistema de pensiones. Comprobar la veracidad de los hechos pasa a un segundo plano; basta con la evidencia de su difusión mediática. Una mentira un millón de veces propagada deja de ser mentira; es un trending topic. Cuando se descubre la falsedad, el daño ya está hecho y sólo queda el flaco consuelo de lo que ahora se llama la posverdad.

Viene todo esto a cuento del referéndum montado por la Generalitat y del argumento que convoca a su participación bajo el lema de «Votem» como máxima expresión de la democracia. El mensaje es muy simple y cabe en un tuit: la democracia es votar; queremos votar; los que nos impiden hacerlo no son demócratas. Conclusión, la desobediencia es legítima ante un Estado opresor. Muchos de los que no desean la independencia también lo ven obvio, apoyan la consulta y rechazan las medidas interventoras del Estado. El mensaje ulterior parece lógico: si quieres votar y no te dejan, sepárate de España.

Todo está montado para que el botellón independentista sea una fiesta democrática. La batalla de la imagen la tiene ganada la Generalitat, porque aporta el icono de la democracia, una muchedumbre en la calle con papeletas queriendo votar. El Estado sólo puede exhibir su aparato represor, porque, aunque actúa en nombre de la Constitución, ésta es difícilmente representable si los que en su nombre rechazan el referéndum no quieren o no pueden expresar su disenso en la calle. Ni el Gobierno ni los partidos constitucionalistas han sabido desnudar el proceso independentista de su ropaje democrático yendo directamente a la raíz. Es preciso afirmar, sin titubeos, que la esencia de la democracia no es votar. Votar es un acto dentro de un proceso de decisión que para ser democrático necesita cumplir con una serie de condiciones que son la verdadera esencia de la democracia.

Para empezar, en una democracia las decisiones deben tomarse de acuerdo con las competencias y procedimientos establecidos, y la Generalitat se ha apartado desde el principio de ese camino. Además, ha iniciado un proceso para la independencia que culmina con un referéndum para consultar si los catalanes quieren o no la secesión, pero la opción por la independencia ya la tomó de antemano la Generalitat al proclamar que prescindían de la legalidad constitucional española y que sólo obedecían al pueblo de Cataluña. No hace falta una declaración formal de independencia cuando ya se ha hecho de manera reiterada en cada fase del proceso. El referéndum no es de consulta, es de ratificación de una decisión inconstitucional. Pero dejemos a un lado la desobediencia a la legalidad democrática -lo que es mucho dejar y así se lo hicieron notar a Puigdemont y a Forcadell sus servicios jurídicos- y centrémonos en el argumento independentista de la legitimidad democrática del proceso nacida del mandato de las urnas. La esencia de la democracia no es votar, sino, en primer lugar, que aquello que se quiere someter a votación tenga un contenido respetuoso con la minoría y, en segundo lugar, que el proceso para llegar a ese referéndum se desarrolle en igualdad de oportunidades para formar la decisión de la mayoría, respetando a la minoría. En suma, la esencia de la democracia es el respeto a la minoría y el individuo es la primera minoría. Por eso el núcleo de la democracia son los derechos de la persona. Si lo democrático fuese votar, la decisión más democrática sería el linchamiento de un individuo. Si lo democrático fuese cumplir a cualquier precio el supuesto mandato de las urnas, ignorando o silenciando a la minoría, estaríamos afirmando que el fin justifica los medios. Pues bien, ni la Ley de referéndum ni la Ley de transitoriedad del Parlamento catalán respetaron los procedimientos establecidos y despreciaron a la minoría en los debates parlamentarios.

La quiebra democrática del proceso se reitera al prescindir los poderes públicos catalanes de su neutralidad y tanto la Generalitat como muchos ayuntamientos han puesto al servicio de la causa independentista medios los económicos e institucionales a su alcance. No es un problema de si son los independentistas mayoría o no, es que los contrarios a la celebración del referéndum están en inferioridad de condiciones. La marginación no sólo es de medios; es mucho peor y gravísima desde el punto de vista democrático. La propaganda institucional les ha estigmatizado como malos catalanes, tratándoles de simples españoles en Cataluña y no como catalanes. Escuchar a Forcadell arengar contra los votantes catalanes del PP espetándoles en la solapa la estrella roja y gualda, pone los pelos de punta y más si se tiene en cuenta que hoy es la presidenta del Parlament. De esta llamada al desahucio de su tierra a los malos catalanes Ada Colau, tan activista en este tema, calla y consiente.

El Gobierno de Rajoy tiene una gran responsabilidad en todo este embrollo y carece de autoridad política para afrontar después las negociaciones que lleven a la solución del problema. Entre tanto, están haciendo él y los jueces lo que se espera que haga un Estado de Derecho al que se le desafía abiertamente en la validez y eficacia del ordenamiento constitucional; quizá si hubiese menos sobreactuación, mucho mejor. Podemos tiene también una gran responsabilidad porque se apuntó a este concepto simplista de la democracia viral y al botellón del referéndum. Importa más votar que denunciar el sojuzgamiento de los discrepantes. El vacío a uno de los suyos, Coscubiela, cuando protestó por ello es buena muestra de ello.

El referéndum pasará a mejor vida, pero el problema subsistirá y sería bueno sentarse a negociar, porque llevar la disputa a una calle enardecida siempre tiene malas consecuencias, aunque para algunos esa sea la esencia de la democracia.

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