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Juan R. Gil

Análisis

Juan R. Gil

Tanta gloria lleve

Gabriel Echávarri no debería ser alcalde de Alicante ni un día más. Y no por el hecho de que un juzgado le esté investigando por presuntas irregularidades en contratos públicos. Eso, dimitir por haber sido «imputado» (por utilizar el término que tanto le gustaba usar a él en el pasado), va de suyo: está en todos los compromisos verbales y por escrito que él mismo y los otros dos partidos que conformaron con él gobierno repitieron una y otra vez durante la pasada campaña y han reiterado desde entonces todos los días.

No. Debería dimitir de inmediato por dos razones mucho más sencillas. La primera, de orden político: quienes le dieron su respaldo para que, con solo seis concejales sobre 29 y habiendo obtenido el peor resultado de la historia del PSOE, fuera investido alcalde, le han retirado ahora esa confianza. Pues ya está. La Alcaldía no es suya, ni de su partido, sino el fruto de un acuerdo que ahora se ha roto. Punto final.

La segunda razón por la que debería abandonar el cargo sin demora tiene que ver con la supervivencia. No la de él, sino la de la ciudad. En poco más de dos años, Echávarri ha logrado convertirse en el alcalde más incompetente de la historia democrática de Alicante. Y mira que había candidatos. La ciudad es un caos donde nada funciona y poco se hace. Y aunque la culpa no le corresponda en exclusiva a él, sí es de él, como alcalde, la máxima responsabilidad.

Ahora bien: si la responsabilidad de que Alicante sea un pandemonium y los plenos municipales un vergonzoso campo de batalla en el que los principales contendientes son los propios socios de gobierno es de este hombre, tan agresivo como imprevisible, que se pasa el día amenazando con querellas y faltándole el respeto a todo el que se le pone por delante, sea de su partido o de cualquier otro, político o vecino, representante institucional o ciudadano de a pie; si la culpa de ello es suya y solo suya, el deber de acabar de una vez por todas con este sindiós es del partido que le colocó de candidato y le arropó cuando su descontrol era ya más que una evidencia, el PSPV-PSOE, y de los que con sus votos le pusieron luego al frente de Alicante: la marca blanca de Esquerra Unida -Guanyar- y Compromís. Sobre ellos, por ese orden, recae el peso ahora de resolver el problema que ellos mismos han causado a los ciudadanos.

Echávarri no tiene a estas alturas ni un amigo. Ni uno solo. Ni en la cúpula del Partido Socialista, ni en Esquerra Unida, ni en Compromís, ni en el PP, por supuesto, ni supongo que en Ciudadanos, aunque Ciudadanos es una cosa tan sin sustancia que de ese grupo (que también votó a Echávarri en su investidura, no se olvide) siempre se puede esperar una cosa y su contraria. Tampoco los tiene en ninguna de las instituciones importantes de Alicante, a todas las cuales en un momento u otro ha vejado. Le soportan, pero no le aguantan. Y nadie va a dar una batalla por él. ¿Qué viene ahora? Lo de siempre: la agonía. Se atornillará al sillón, alegando -argumento que jamás le permitió a otros- que lo suyo es una cuestión administrativa, que en unos días todo se aclarará y que, si se va él, volverá a gobernar el PP.

Ninguno de los tres discursos vale nada. El fraccionamiento de los contratos de comercio lo está investigando el fiscal anticorrupción, lo que desde luego casa mal con pretender restarle importancia o reducirlo a una mera cuestión de procedimiento; la imputación no se despejará en días, sino que en el mejor de los casos pasarán meses, y además es más que probable que en las próximas semanas recaiga sobre él otra por el despido de una trabajadora municipal, familiar del portavoz del PP, despido que ordenó, según él mismo alardeó en las redes sociales, como represalia contra éste por haberle denunciado. Y que si se va volvería al gobierno el PP no puede ser razón para quedarse, salvo que se haya decretado que las normas democráticas solo están para cumplirse cuando interesan, pero no nos obligan a todos.

Repetir una vez más los males de este mandato, resulta, no solo un ejercicio ocioso por ser de sobra conocidos, sino que sobre todo es un trabajo doloroso. El comercio vive en la inseguridad jurídica, la ciudad no tiene planeamiento alguno; los servicios sociales no funcionan más que al nivel de las proclamas pero desatienden a los más desfavorecidos; no hay planes económicos ni de empleo, no hay nada hecho en serio para conservar la única industria que nos queda, la del turismo, con cuyos responsables no se negocia, sino que se les declara enemigos; la hostelería está desmadrada (nos hemos convertido en la capital de las despedidas de soltero porque se ha extendido la fama de que se puede beber, gritar, orinar en la calle y hacer lo que venga en gana hacer sin que nada ocurra), la ciudad está sucia y es pasto de plagas; no se ha sido capaz de poner en pie, siquiera, nada parecido a una programación que arrope el gran negocio que para una capital como ésta debería ser la Volvo... en fin, para qué seguir, si ni siquiera se sabe hacer un carril bici que no provoque inundaciones en cuanto caen cuatro gotas o se convierta en una trampa para toda clase de vehículos.

Guanyar y Compromís ya le han conminado a marcharse. Vale. Pero no lo va a hacer de buen grado, así que tendrán que dar un paso más si no quieren perder cualquier resto de credibilidad que pudiera quedarles. Tendrán que renunciar a sus competencias, como forma de forzar su salida, pero también para demostrar que es de política, en el buen sentido, de lo que hablan, y no de ver cómo conservar los sueldos. Y el PSOE tiene la obligación, no solo política sino moral, de desplazarlo de la Alcaldía. No hay nadie en Alicante que no sepa lo que en la dirección del Partido Socialista -y no me refiero solo a Ximo Puig- o en el Consell, se piensa de Echávarri y su forma de actuar. No hay alto cargo que no haya sufrido, en un momento u otro, un desplante, un sofocón, una amenaza o incluso un insulto de parte de quien todavía ocupa la Alcaldía. Ha llegado la hora. Repito, no tanto porque esté imputado como porque el desastre institucional y la ineficiencia en la gestión no puede ser mayor. Tanta gloria lleve Echávarri como descanso dejará cuando se vaya. De eso se trata, de que deje a esta ciudad y sus vecinos de una vez por todas en paz. Y que luego venga lo que tenga que venir: otro gobierno de izquierdas o el regreso del PP. De todas formas, esta ya es una legislatura perdida, otra más, así que, al menos, dejemos de parecer un circo.

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