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Tribuna

Alcoy en su laberinto

A Alcoy no le hacen falta mayores incentivos para poner todo patas arriba, para montar un tinglado, para borrar las sombras del hastío con el rabo engalanado. De pronto salta la chispa y la chispa lleva a una tormenta de ideas y la tormenta a un relámpago brillante y a un estrepitoso trueno por detrás de El Campanar que atrona la quebrada del Barranc del Cint.

Llueve otoño sobre la calle y abren las alas los nenúfares de la monotonía. El curso que empieza huele a lapicero y a anaquel de oficina, a mandarina y a nube varada, a enredadera lacia y a orines de gato en los rincones. En todos los sitios menos en Alcoy que sin prisa pero sin pausa saca de la chistera una fiesta en medio del lodazal de lo anodino. La Primera Feria Modernista. De pronto todo se vuelve sepia, sombrero de copa, monóculo y dulce mano femenina en un nido de encaje. Despierta Erik Satie a primera hora en La Glorieta y un piano intuido e impresionista se cuela por las ventanas. El centro es un hervidero de chalinas y botines blancos de piqué.

Alcoy es un laberinto al que nadie busca la salida porque en cada calle del entramado hay una sorpresa. Somos niños talluditos abriendo regalos y con la capacidad de asombro intacta. Vengan fuegos de artificio y charangas, y esa forma tan alcoyana de ponerse el «carpe diem» por montera.

Esta ciudad siempre me ha recordado a una película entre cómica, fantástica e inquietante, prota gonizada por Bill Murray. Se trata de un hombre que no tarda en descubrir un extraño fenómeno. Parece que el reloj se ha parado para él y está viviendo constantemente el mismo día. «El día de la marmota». Alcoy viene a ser algo así como el año de la marmota donde con puntualidad de reloj suizo se repiten las mismas cosas, los mismos eventos y son vividos éstos como si del primero se tratara. Eventos a los que se van uniendo otros novedosos y que curiosamente funcionan porque a que nos pique la curiosidad, no nos gana nadie y entonces empiezan a desfilar ideas tan brillantes como «art al carrer», «la nit oberta», «botigues al carrer», «els monòlegs d'acoiania», o esta «feria modernista» que ha dejado boquiabiertos a propios y extraños.

Ahí, entre una multitud ataviada de tiempo y silencio, paseaban los espectros risueños de los próceres alcoyanos que metieron a la Europa del «Metropolitano» en esta olla, en esta marmita en ebullición. Por San Nicolás subían tarareando a Debussy Vicente Pascual, Timoteo Briet, Lorenzo Ridaura, Antonio Gisbert, Emilio Sala, Fernando Cabrera. Encabezaba la comitiva como invitado de honor el poeta «húmedo», Rubén Darío, impecablemente vestido de azul, buscando princesas tristes en el palacio de malaquita del Círculo Industrial.

Corren malos tiempos para la lírica, para la elegía, la égloga y aún la sátira que ya a penas si quedan fuerzas para reirse de uno mismo. Hemos agotado todos los recursos para levantar la cabeza, mirar a la cara a la miseria. Ya no hay ganas de entonar un basta ya. El desaliento y el desencanto reinan en este páramo donde anida la sombra de la vergüenza. Nos han esquilmado, nos han saqueado, nos han ultrajado. Nunca fue tan cierto lo de buscar el pan con el sudor de la frente y esa busca diaria y barojiana nos desvía violentamente del mundo de los sueños. En todos los sitios menos en Alcoy. Por eso me gusta vivir en este laberinto en donde a nadie le interesa la salida, esta ciudad de los prodigios donde no hacen falta muchos incentivos para que la gente, en un parpadeo, desempolve la chistera del bisabuelo o las antiparras de la abuela, inunde la calle y haga arte, casi como por generación espontánea.

Muy a menudo subo al cementerio por puro regodeo estético y para quitarme vanidades y otras charcuterías del alma. Me siento en una tumba enfrente de una escultura de Lorenzo Ridaura. Es un ángel de más algodón que mármol de puro etéreo, que pide silencio. Para mí que no sólo pide silencio para el visitante degustador de cenotafios. Pide silencio a una ciudad entera. Una ciudad tan llena de vida que puede poner a bailar a los muertos. Palabra de castellano viejo.

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