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Joaquín Rábago

Obcecación y sinrazón mantienen al país en vilo

Obcecación y sinrazón mantienen a este país en vilo sin que se vea la manera de que se imponga finalmente en beneficio de todos esa racionalidad que tanto se predica pero tan poco se ejerce.

Insisten unos en un hipotético derecho a decidir sin querer entender que no se trata de ninguna manera en su caso de un pueblo colonizado sino, todo lo más, ninguneado por el actual o por sucesivos gobiernos de la nación.

No hacen el mínimo esfuerzo por entender que un Estado no puede trocearse caprichosamente para que uno de sus fragmentos vote su separación del conjunto a menos que concurriesen circunstancias realmente excepcionales.

Argumentan demagógicamente que de esa forma ayudarán a España a deshacerse del gobierno de un partido corrupto, olvidándose de la corrupción en su propio territorio.

Y frente a esa sinrazón se mantienen los otros en su actitud de “mantenella y no enmendalla”, esgrimiendo como si fueran las tablas de la ley una Constitución aprobada es cierto que por todos los españoles aunque en circunstancias democráticamente mejorables.

Y mientras unos y otros juegan al ratón y al gato con las urnas, juego pueril si no fuera tan peligroso, se encrespan en todas partes los ánimos, el rechazo entre comunidades degenera en odio y se pone en peligro la paz social.

Habría que recordar, ante esta total ausencia de la política, unas reflexiones de Manuel Azaña recogidas en el libro “Plumas y palabras” bajo el título de “La inteligencia y el carácter en la acción política”.

“La acción política es ante todo cohesión, amalgama para un fin común. El carácter (nacional) no puede tomarse por blanco de esa acción, ni como fuerza motriz de la acción misma”.

“Tan sólo las opiniones son comunicables y demostrables. Por las ideas me entiendo y colaboro con gentes de carácter opuesto al mío. Las ideas se adquieren, se truecan, se transforman por la experiencia y la reflexión mientras el carácter permanece, y se rebela y se emperra cuanto más se le contraría”.

Y agregaba más adelante: “Carácter y tradición son, pues, las fuerzas de resistencia; por mucho que, de frente o de soslayo, se haga en contra suya, siempre estarán presentes., tirando hacia atrás”.

“Un pueblo en marcha, gobernando con buen discurso, se me representa de este modo una herencia histórica corregida por la razón”, escribía Azaña.

Y, tras reconocerse como “demócrata violento”, es decir “inflexible dentro de los límites de mi derecho”, se preguntaba con quién había de juntarse: “¿con los violentos de la otra banda o con los demócratas aunque sean mansos”.

Para responderse a sí mismo: “Naturalmente con los demócratas; una idea nos liga; en tanto que, sumándome a los de carácter afín, pero de ideas contrarias, no podríamos dar a nuestra violencia un empleo común”.

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