Si hace unos meses nos hacíamos eco en esta misma sección del fallecimiento del intelectual y socialista vasco José Ramón Recalde, tenemos hoy que lamentar la muerte, hace unos días, de María Teresa Castells, su viuda y copropietaria de la librería Lagun, emblemático lugar de libertad de la parte vieja de San Sebastián, víctima de numerosos ataques de pistoleros de la extrema derecha durante la dictadura franquista y de fascistas radicales proetarras durante los años en que ETA y su entramado de apoyo y de silencios impusieron el terror y la muerte en España y de manera especial en el País Vasco.

Matrimonio de luchadores primero contra el franquismo y más tarde contra ETA, sufrieron cárcel, torturas, ataques, insultos, amenazas y finalmente un atentado que destrozó la boca de Recalde y que le dejó graves secuelas. Representaban ambos la libertad de pensamiento y la utilización de la palabra como medio de defensa, es decir, lo que más odiaban los asesinos que se escondían detrás de una falsa ideología. La librería Lagun ?especializada en ciencias sociales, ensayo y literatura? fue desde su inauguración a finales de los años 60 objeto de ataques violentos de los partidarios del franquismo que se acrecentaron durante la Transición, cuando el franquismo decidió morir matando. En lo años de ETA su fachada fue pintada, sus cristales rotos y casi incendiada por cócteles molotov en una ciudad cuyo centro histórico fue durante aquellos años dominado por las juventudes etarras ante la pasividad de los gobiernos vascos dirigidos por el PNV.

De aquellos años en que ETA y su círculo de apoyo dominaba la vida en el País Vasco ?círculo constituido por políticos de HB, sindicalistas de LAB, facción juvenil de ETA, chivatos e informadores? trató el excelente ensayo ¡Arriba Euskadi! La vida diaria en el País Vasco (2001) de José María Calleja en el que hizo una perfecta radiografía de la vida diaria del País Vasco durante los años 80 y 90, cuando ETA campaba a sus anchas gracias, además del círculo al que me he referido, a que una gran parte de la sociedad vasca miraba hacia otro lado por interés y por haberse sometido a la ley del silencio y, por otra parte, por la equidistancia que mantuvo el nacionalismo vasco del PNV así como por la cobardía de cierta izquierda, como fue la Izquierda Unida del País Vasco dirigida por Javier Madrazo.

La violencia de ETA dominó todos los ámbitos de la sociedad vasca: la política, con cientos de concejales y alcaldes que tuvieron que vivir durante años con escoltas, algo que no pudo evitar que muchos de ellos muriesen; el periodismo, con decenas de periodistas amenazados víctimas también de atentados y asesinatos; la Universidad, con una comunidad universitaria dominada por los partidarios de ETA y el mundo abertzale que no dudaban en poner bombas a profesores en los ascensores; los comercios, que recibían visitas de papanatas de poco más de veinte años para extorsionar a sus dueños. Todo, absolutamente todo, estaba influido por las amenazas, la extorsión y la posibilidad de ser víctima de un atentado.

Y en este ambiente ennegrecido por la violencia y los asesinatos resplandecía la librería Lagun. Verdadera luz en la sombra que a pesar de su fragilidad muchas veces atacada representó la libertad y la dignidad del ser humano frente a la miseria del mundo de ETA y la cobardía de buena parte de la sociedad vasca que prefería mirar para otro lado o situar en un mismo plano moral a los que asesinaban y los asesinados.

Recuerdo que en los años 90, en Alicante, era frecuente encontrarse en el ámbito universitario con partidarios de una independencia del País Vasco de España. A fin de cuentas, opinaban, era el único medio para erradicar la violencia ya que el Estado español se empeñaba en no dar la razón a los etarras. Fue esa época en la que se empezó a poner de moda en la Comunidad Valenciana ser nacionalista ?a pesar de las competencias estatales que asumieron comunidades autónomas y ayuntamientos? como medio de oponerse a un Partido Popular en alza y como respuesta a que muchos de aquellos estudiantes no lograron integrarse en la Universidad. Pareció recuperarse la vieja idea carlista del siglo XIX de ver a la ciudad como corrompida, sucia y sin valores frente a un ambiente rural donde lo valenciano era un mundo idílico en el que los habitantes de los pueblos eran reconocidos por sus vecinos, no como en Alicante donde eran uno o una más y, por tanto, debían valerse por sí mismos. A mí, aquellos estudiantes a los que se veía desvalidos y perdidos en la Universidad siempre me dieron un poco de lástima.

En los años 90 y 2000, cuando de ETA y la kale borroka se adueñaron del País Vasco, los periódicos que yo leía se hacían eco, de vez en cuando, de un nuevo ataque a la librería Lagun. Cuando comencé a trabajar me prometí que algún día iría a Lagun para gastarme medio sueldo de un mes en libros. Iba a estar cinco años leyendo ensayos, pensaba. Nunca cumplí aquella promesa y ahora me arrepiento.