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Los recuerdos

Una manera de luchar contra la nostalgia de un tiempo mejor

¿Se han parado alguna vez a pensar en la cantidad de tiempo que perdemos pensando y rememorando un recuerdo? Y en el sufrimiento que todo ello acarrea? Porque, los recuerdos, anclan las emociones en un imaginario lugar en el pasado, como si esa vivencia y los sentimientos permanecieran allí, esperándonos, y solo bastara con volver a ese lugar para recuperarlo todo y continuar como si el tiempo no hubiese pasado. Pero esto no es posible. Es tan solo una ilusión. Una vivencia del pasado. Sin espacio. Porque los recuerdos no tienen espacio. Son tan solo el espejismo de lo que ya no es. Cuantas y cuantas horas, a lo largo de la vida, nos hemos sentido con las emociones desbordando por cada poro de la piel, con el corazón henchido de amor, recordando a esa maravillosa persona que, antaño, hemos conocido y con la que hemos compartido instantes, descubrimientos, aventuras, secretos, amor y desamor, sexo, sonrisas, entendimiento, a veces completo, peleas, eso sí, como preámbulos para el amor, y que ya no está en nuestro presente. Y esos lugares magníficos en los que hemos estado y a los que posiblemente ya no volvamos nunca. Y a los amigos y amigas que hemos conocido a lo largo de la vida, y que muchos ya se han quedado en el camino.

Imágenes, aromas, sabores, risas, colores, afectos. Son tan solo recuerdos. Y los recuerdos, a veces, son tan nítidos que sentimos la imperiosa necesidad de volver a asirlos. Sentimos tanta nostalgia que, incluso, creemos que están en algún lugar al que podemos ir. Y lo más curioso es que, paradójicamente, estamos sufriendo por tanta felicidad, antaño vivida. ¡Oh Dios, cuanta pena y soledad llegamos a experimentar! ¡Cuánto dolor, sufrimiento y nostalgia! ¡Qué complicada es la vida en este misterioso y enigmático planeta Tierra emocional! Bueno, y ¿qué podemos hacer adormecer esa nostalgia? Pues, señoras y señores, tan solo recordar que no son los acontecimientos que suceden en nuestra vida los que determinan como nos sentimos y actuamos, sino la forma en que interpretamos y evaluamos esas experiencias. Porque el significado que damos a cada acontecimiento, determinará los pensamientos, emociones, decisiones que tomemos y las acciones que emprendamos. Por eso, los expertos nos recomiendan que tengamos muy presente el poder del pensamiento, de las palabras y, sobre todo, el de las preguntas que nos hacemos a nosotros mismos a lo largo del día.

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