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Desde mi terraza

Fracaso

A cuatro días del Día H, dos estados de ánimo dominan a la sociedad española; inquietud y cansancio. Los numerosos chistes que llenan las redes sociales sobre el problema catalán (porque sí, es un problema), no debemos traducirlo como frivolidad, sino como válvula de escape que neutralice esa mezcla de irritación y miedo. La mitad de los ciudadanos catalanes se reafirman en la opinión de que tienen derecho a decidir su futuro, sin consideración a la otra mitad que no está de acuerdo con una propuesta unilateral. Sin embargo, la mayoría de la suma de unos y otros está de acuerdo en que quieren dar su opinión mediante el voto; y ambos olvidan que para llevar a cabo esa votación es preciso modificar las leyes. Es lo que hay, hoy por hoy; y si buscamos una palabra que resuma la situación, esa palabra es fracaso; pero fracaso de la política. Resulta difícil de creer que hayamos llegado a la situación actual, cuando desde hace años se ha ido encubando el huevo de la serpiente sin que los políticos todos, y no excluyo a ninguno, hayan abortado el nacimiento del contenido del huevo. España no es una selva sin ley, sino un país moderno que abrazó la democracia como forma de convivencia, construyendo una ley máxima que se llama Constitución Española y que fue aprobada mayoritariamente por los españoles mediante el voto, incluidos los catalanes que, paradójicamente, fueron protagonistas en una de las comunidades autónomas con mayor porcentaje de participación y síes. Cuarenta años más tarde, en la Ley Magna han ido apareciendo grietas; y como en todas las cosas y situaciones de la vida, el paso del tiempo deteriora y exige reparaciones de mantenimiento. Y hete aquí que un grupo de ciudadanos catalanes, por lo general muy conservadores y a los que se han ido uniendo grupos de ideología extremista y radical, fueron llamando a la puerta de un gobierno central inmovilista que no quiso escuchar serenamente sus legítimas aspiraciones, y que hoy, aunque legítimas, no son legales. Y de aquellos polvos estos lodos; hoy, ese grupo de nacionalistas catalanes ha tirado por la calle de en medio movido por una urgencia que es comprensible pero inaceptable. Parece evidente que el Partido Popular, tantos años al frente del Gobierno, no ha estado a la altura de las circunstancias; pero el resto de los partidos tampoco. La política es un arte porque requiere muchas dosis de inteligencia, diálogo, educación, respeto?y muchas otras condiciones que aquí son prioritarias e indispensables; y no se han utilizado hasta agotarlas, convirtiendo ese arte en un auténtico fracaso. No sé a qué situación nos llevará este momento de confrontación, pero resulta difícil no aventurar enfrentamientos cruentos el domingo 1 de Octubre; de las voces airadas puede pasarse a la acción que inevitablemente provocará una reacción defensiva, que inmediatamente será calificada de represión. Y ya habremos fabricado mártires. Pero lo peor, sea cual fuere el desarrollo de la anunciada jornada de votaciones, vendrá después porque las relaciones Comunidad Catalana y Gobierno Español quedarán heridas de muerte por un largo tiempo. Nada va a ser lo mismo, incluida la animadversión que en amplios sectores de la población española se ha ido gestando hacia la ciudadanía catalana; lo que es injusto, porque a las masas las mueven sus líderes, y es hacia éstos donde deberíamos dirigir el descontento, y no al pueblo llano. Quien crea en los milagros ya puede empezar a rezar; los que somos más descreídos apelamos, quizás ingenuamente, a que el día 2 de octubre se imponga la cordura, la inteligencia y la aplicación de la política en su acepción más auténtica y noble, aunque sea en conversaciones a la puerta de la maravillosa iglesia de Santa María del Mar, a ver si el decorado pacifica la beligerancia de los contendientes, y el fracaso sirve de aprendizaje.

Cuando escribo estas líneas oigo en la radio que el Honorable Conseller de Educació de la Generalitat Valenciana, senyor Marzà, va a dedicar 2,3 millones de euros públicos en una campaña a desarrollar en dos años para la «normalizaciò de la llengua valenciana». Pero eso requiere muchos artículos; me quedo hoy con la inoportuna noticia.

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