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Martín Caicoya

Juicios y emociones

Las emociones son una de ellas. Damasio lo dijo en uno de sus libros más conocidos: Descartes se equivocó

Las emociones surgen, brotan del estómago inundándonos todo, ocurren. Creo que fue William James el primero que le dio ese carácter corporal. Hasta entonces se pensaba que era el cerebro el que las regía, como no podía ser de otra manera, nosotros, seres racionales en oposición a los autómatas que son los animales dominados por los instintos. En esa oposición cuerpo mente, nos costaba reconocer que allí residían muchas de las facultades para la supervivencia. Las emociones son una de ellas. Damasio lo dijo en uno de sus libros más conocidos: Descartes se equivocó. Estamos más cerca de los animales de lo que él hubiera deseado. Porque nos pensábamos a imagen de dios, espíritus atrapados en un cuerpo que se comportaba como nuestro mayor enemigo. Precisamente porque al ser pasto de emociones e instintos teníamos que dominarlos. No sentir, no desear es parte del programa de Buda, o sentir y desear tanto la unión con dios que la vida es un valle de lágrimas donde uno muere porque no muere.

La OMS se dio cuenta que la salud era algo diferente de la ausencia de enfermedad o incapacidad. Eso se comprueba en las encuestas de salud por entrevista. Las personas valoran su salud de tal manera que la presencia de enfermedad no la afecta proporcionalmente. Pensó la OMS, o pensaron los que redactaron la definición, que la salud, como estado de bienestar, por tanto subjetivo, va más allá de lo físico, incluyendo lo mental y social. Pero cuando uno se refiere al bienestar físico tiende a centrarse en la ausencia de dolor o de limitaciones funcionales. Y manda a la esfera de lo mental lo que tiene que ver con las emociones. Sin embargo, es en lo físico, en lo más profundo de ello, donde residen las emociones y el bienestar físico está muy determinado por ellas. Aunque sea la mente la que las lee y las nombra. Las lee y las nombra y lo que es más importante, las tamiza y las modula. En eso consiste todo el programa de la terapia cognitiva.

Se pudiera decir que las emociones son como los sentidos, detectores que nos ponen en relación con el mundo externo, nos informan de lo que hay, y como ellos, residen en el cuerpo pero su información se trasmite a la mente, al cerebro más consciente. Pero además, las emociones nos miran por dentro, nos dicen cómo nos sentimos. Damasio distingue entre emociones y sentimientos, las primeras son más automáticas y universales, hay como un catálogo congénito de ellas. Darwin estudió su expresión facial tratando de demostrar que era universal dado que ocurren automáticamente. Y basado en esta teoría hay sistemas de inteligencia artificial que tratan, mediante el reconocimiento facial de algunos parámetros, de decir que emoción siente en ese momento el individuo. Los resultados son muy dudosos, creo yo porque como en la lengua, que puede ser universal, el habla es particular: la forma en que uno expresa las emociones es el resultado de sus vivencias.

Que uno pueda sentir y expresar sus emociones de forma particular quiere decir que no estamos tan sujetos a ellas, que ese automatismo es relativo. De ahí todo esa disciplina de la inteligencia emocional. Decía Castilla del Pino que la única inteligencia emocional que él conocía era la utilización inteligente de las emociones. Reconocía así la capacidad del nuestro ser consciente de dominarlas. Hay otra actitud que puede ser interesante frente a las emociones negativas, que son las que nos hacen sentir mal, las que estropean nuestro bienestar. Consiste simplemente en no juzgarlas. Recuerdo una frase de Dirk Bogarde en una película en la que él, enfermo de cáncer, esperaba la muerte en una granja en la Provenza. Alguien se interesa por su dolor. Es como un mal vecino, dice, tienes que convivir con él, lo mejor es no hacerle caso.

No es raro que cuando reaccionamos negativamente ante una situación nos sintamos mal por ello y a la propia reacción instintiva se une el juicio negativo, haciéndonos sentir aún peor. Ha personas más y menos juzgadoras de sí mismas. Las segundas dejan que ocurran las emociones lo mismo que uno deja que la vista discurra por la habitación sin que aquello que la hiere le afecte más allá de ese primer insulto. Convive con ello como con un mal vecino. En un conjunto de estudios los investigadores han visto que entre los estudiantes universitarios que se prestaron a llevar un diario, aquellos que aceptaban mejor las emociones negativas que surgían en su vida se sentían mejor y lo mismo ocurría cuando en el laboratorio las despertaban mediante estresores. Cuando lo replicaron en la población general de Denver, observaron que la aceptación de las emociones negativas se correlacionaba con el bienestar psicológico a medio plazo.

En su bello libro Bertrand Russsell "La conquista de la felicidad" insiste mucho en que uno de los mayores obstáculos para ello es el remordimiento. Es bueno reconocer las faltas, pero no rumiarlas, tampoco las emociones negativas.

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