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El huracán y el señor Trump

La táctica del avestruz para ignorar lo que no le gusta tiene muchos adeptos. El huracán Irma, que arrasó varias zonas ribereñas con el mar Caribe, debería haber sido objeto de especial atención por la clase política y la opinión pública, en la medida de que es, al decir de la comunidad científica, una nueva evidencia del cambio climático. Y no por el mero hecho de su existencia (huracanes en esa parte del mundo los hubo siempre), ni del número de víctimas que deja a su paso, sino por su magnitud y por su fuerza devastadora.

Según la ONU, el paso de Irma va a afectar a 37 millones de personas y el coste de los daños se elevará, solo en Estados Unidos, a 290.000 millones de dólares. Un fenómeno de esa importancia merecería mayor interés de los medios, sobre todo para crear conciencia respecto a uno de los problemas más graves que van a afectar a la humanidad. Lo avisaba el presidente de Francia, Emmanuel Macron, después de conocer la enorme devastación que el huracán había producido en territorios caribeños de soberanía francesa. Y lo avisaba hace más tiempo "The New York Times", que, en un reportaje dedicado a Donald Trump, publicaba una especie de mapa de las catástrofes que se avecinan si se acelera el cambio climático (olas de calor, sequías, huracanes, lluvias torrenciales, reducción de las reservas de agua potable, subida del nivel del mar, etc.). Un repertorio apocalíptico al que se quiso poner tímido remedio en la conferencia de Kioto primero y después en la de París, donde, por cierto, el señor Trump anunció la retirada de su país con el argumento idiota de que el cambio climático era un invento de los chinos para perjudicar a la industria textil estadounidense.

La idea de que el cambio climático es una falsa alarma lanzada por ecologistas y algún político como el señor Al Gore, que fue vicepresidente con Clinton y candidato derrotado a las elecciones presidenciales por el partido demócrata, está muy extendida en influyentes círculos reaccionarios. Justamente esos mismos que apuntan a teorías creacionistas y rechazan, por blasfemos, los descubrimientos de Darwin. Y entre ellos, que en Estados Unidos se cuentan por millones, están la mayoría de los votantes de Trump.

Cambiar ese discurso, y el modelo de producción, consumo y despilfarro que lo sostiene con la urgencia que requiere el momento, parece complicado.

Desde que el 29 de agosto de 2005 el huracán Katrina arrasó Nueva Orleans se han ido sucediendo, cada vez con más frecuencia, fenómenos parecidos sin que las autoridades tomaran otras medidas que las propias de prevención y reparación de los daños. Como si todo respondiera a un fenómeno pasajero que no tiene relación con el calentamiento global. Más o menos como pareció haber entendido Rajoy cuando le pidió opinión a su primo meteorólogo.

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