Hay gente que disfruta causando daño a los demás. Y no lo hacen de forma imprudente o sin saber que lo causan. Lo hacen sabiendo dónde le duele a los demás y, en muchas ocasiones, con la plena y clara intención de causar el mayor daño posible. Unas veces lo hacen de forma colectiva como es el caso de los pirómanos que queman coches, contenedores y bosques enteros, -de lo que hemos tenido claros ejemplos este verano y algunos en nuestra provincia- y otros de forma individual, como los de causar daños a vecinos, a personas con las que algunos tienen mala relación, o hasta en familiares, como ocurre con la violencia doméstica y de género.

Se ejerce así la violencia por el instrumento de causar daño a los bienes de las personas, más que en la integridad de estas, lo que constituye de igual modo un delito y se debe actuar contra ellos con los medios que el sistema pone en nuestras manos. Con ello, estas personas queman coches, los dañan, incendian objetos y bosques enteros con el daño tremendo que se causa a la naturaleza y a los objetos que destrozan. Porque bastante tenemos ya con los daños que la propia naturaleza causa, como lo ocurrido en Centroamérica recientemente, como para que el propio ser humano sea el principal responsable de los daños intencionales que se siguen causando de unos a otros y de unos al propio sistema.

Por otro lado, hay personas y colectivos que causan daño a las instituciones del Estado, y al sistema en sí mismo, con planteamientos y propuestas que hacen un daño terrible al funcionamiento de un país y retrasan la solución de los problemas que el propio Estado tiene. Y en estas ocasiones lo que falta es la coherencia y ganas de saber y querer hacer las cosas bien, sin enfrentamientos ni agotamientos en las formas de hacer las cosas que se sabe a ciencia cierta que no van a llegar a ningún lado. Así, el daño a los bienes en las cosas de las personas se puede restituir o subsanar, aunque cuesta dinero llevarlo a cabo, pero existen daños como los que se pueden causar en el sistema de funcionamiento de un país que cuesta mucho reparar. Porque cuando el daño provoca enfrentamientos entre los pueblos y las propias instituciones se causa un daño doble por el propio que se deriva de ese enfrentamiento y por el colateral derivado del tiempo que se pierde por los ciudadanos en hacer frente al intento de causar daño y defenderse en lugar de dedicarlo a que el propio sistema en sí mismo siga funcionando.

Existen, por ello, daños que no se pueden evaluar directamente cuando se causan, porque su cuantificación económica, o por otros parámetros, resulta complicado. Pero son daños que se producen y que pueden causar más impacto dañino en las personas que el daño físico que se produce en unos objetos que, más o menos, se pueden reparar con mayor o menor coste.

Frente a estos ataques y daños que las personas causan dolosamente a otras, el sistema debe actuar con los mecanismos legales que existen a tal efecto. Porque la actuación dolosa y a sabiendas de que se causa con ella un daño no puede quedar sin respuesta por el sistema de derecho. Como cuando hay que actuar frente al pirómano que causa daños en objetos y la naturaleza, o los que dañan intencionadamente los bienes de los demás. Pero, por encima de todo, frente a quien causa el daño se le debe advertir sobre su mal proceder y que se deberán reparar los perjuicios causados, porque más que el sistema de penas está el sistema de resarcimientos económicos de los daños causados con la compensación económica correspondiente. Porque las personas y los colectivos están acostumbrados a causar daños a los demás, y a las instituciones de un país y que luego no pase nada, ni exista una reclamación personal. Y si se causa un daño este siempre es cuantificable económicamente. A veces resulta difícil convencer a las personas de cómo debe ser el correcto proceder de los seres humanos y los programas de prevención que se implantan no son bien digeridos por algunos, pero cuando se les comunica que deben responder económicamente del daño causado y que este se va a evaluar y cuantificar quizás las cosas cambiarían. Porque, a veces, no hay mejor lección para que aprenda quien mal actúa causando daños que pagar económicamente por ese daño causado.