Coinciden historiadores y economistas al señalar el 8 de agosto de 2007 como el inicio de una de las mayores crisis económicas que se recuerdan. Ese día, del que se han cumplido esta semana diez años, la Reserva Federal estadounidense y el Banco Central Europeo inyectaron 100.000 millones de dólares para garantizar la liquidez del sistema en lo que supuso el comienzo de un nuevo crack comparable al de la bolsa estadounidense del 29.

Está suficientemente estudiado, analizado y contado por qué llegamos a esta situación y cuáles han sido sus consecuencias. Hipotecas basura en Estados Unidos convertidas en productos financieros tóxicos extendidos por todo Occidente que colapsan el sistema bancario y provocan la caída del crédito. Cierran las empresas, los trabajadores se quedan sin empleo, las familias sin recursos, desaparecen bancos y cajas, los Estados se debilitan, llegan los recortes, aumenta la desigualdad, etcétera, etcétera, etcétera.

Afirma la Unión Europea que hemos salido de la crisis. Sin embargo, pese a que los datos están en negro y no en rojo, es evidente que queda la sensación de que las cosas ya no son iguales. Quizá porque la realidad hoy es muy distinta y sin quizá porque hemos aprendido la lección.

La realidad es que los salarios son inferiores a los de antes de la crisis, que por lo tanto gastamos menos, que los contratos de trabajo se han precarizado y que se ha reducido la clase media aumentando la brecha social.

Por el camino nos hemos dejado muchas heridas abiertas. Nuestros hijos tuvieron que emigrar para buscar un futuro. Es, sin duda, la generación más preparada y a la que le tocó vivir la peor coyuntura. Los que se quedaron, la mayoría sin preparación cualificada, los llamados ni-nis, conforman el grueso del paro juvenil de nuestro país que a día de hoy sigue en cifras inasumibles. Y el colectivo de los mayores de 50 años, los parados crónicos, se ha «acostumbrado» a vivir con apenas 400 ? y la ayuda de la familia más cercana.

Las empresas se quedaron sin mercado al que vender productos y servicios. Las que exportaban fueron las que mejor aguantaron la crisis y las que fueron capaces de buscar nuevos mercados y vender más allá de nuestras fronteras consiguieron mantener su actividad. Nuestra provincia ha sido un ejemplo de ello. Desde la Cámara he tenido la oportunidad de ver cómo nuestras empresas se buscaban la vida saliendo al exterior en una demostración más de esfuerzo, dedicación y confianza en nuestros productos.

Creo que hemos aprendido la lección, esa que nos daban nuestros padres cuando nos decían que «el dinero no cae del cielo». Sabemos administrarnos, los bancos han abierto el grifo pero con un caudal controlado y las empresas han sabido adaptarse a los nuevos tiempos. La crisis nos ha devuelto a esa realidad a la que hacía referencia sobre todo para aquellos que pensábamos que lo que estaba sucediendo en aquellos años del «boom» no era sostenible en el tiempo.

Todos fuimos responsables, unos más que otros evidentemente. Hubo quien se compraba casa, coche y viaje pensando que podría pagarlo, pero es que el dinero nos perseguía a todos. Los departamentos de riesgos de los bancos y cajas parecían de vacaciones, todo se aprobaba, las hipotecas al 110% y así llegaron preferentes, participativas y demás productos financieros.

Tuvimos la mala suerte de que en esos duros años de la crisis los principales responsables de las entidades financieras y de las administraciones públicas no tenían la preparación ni la formación adecuada para tomar las decisiones más adecuadas para afrontar esos duros momentos. Por eso, entre otras cosas, cayó nuestra querida CAM, sin duda la víctima más importante para nuestra provincia. Nos hemos quedado sin referente financiero y sin obra social.

La crisis ha acabado. Sus consecuencias perduran, pero asistimos a una Tercera Revolución Industrial, a un cambio radical consecuencia de la recesión y de la constante y acelerada evolución de nuestra sociedad.

Estamos cambiando nuestro modelo productivo. La digitalización, el acceso de nuestras pymes a las nuevas tecnologías ha abierto un sinfín de posibilidades en un mercado globalizado. Y aquellos que no se suban al carro de este proceso corren el peligro de desaparecer. Ahora compramos por internet con toda naturalidad, algo que en 2007 era más que cuestionable; la banca online está sustituyendo a la tradicional; los móviles son ordenadores, tarjetas de crédito o billetes de avión. El proceso es imparable. En breve nuestras compras llegarán a nuestras casas o empresas en drones y no habrá móviles, tendremos un chip implantado en el cuerpo que nos convertirá técnicamente en androides.

Todo esto ha pasado en diez años. Tan rápido, tan intenso, casi sin tiempo para mirar atrás porque tenemos muchos retos por delante. Estamos en constante evolución, nos actualizamos todos los días como si de una aplicación de móvil se tratara.

Se nos han ido muchas cosas en el camino. Entidades centenarias han sucumbido y otras como la Cámara nos estamos reinventando todos los días para seguir ayudando a las pymes. Nuestro concepto del Estado de Bienestar perdura, pero con diferencias. Ya no hay contratos para «toda la vida». Espero que hayamos aprendido la lección para no volver a caer en errores pasados.

Ya nada será igual, pero seguro que lo mejor está por venir.

Mención aparte merecen las actitudes, aptitudes y decisiones tomadas por los gobiernos de Rodríguez Zapatero y Rajoy. El primero dejó pasar demasiado tiempo negando la crisis, sin tomar decisiones o tomando decisiones cuestionables y el segundo ampliando recortes sociales, subiendo impuestos y ahora publicitando una recuperación que tiene muchos matices, algunos de los cuales ya hemos descrito anteriormente. Fueron dos modelos distintos, el solcialdemócrata y el conservador, que convergieron en mayo de 2010 con los recortes de ZP ante la presión de la UE. Recomiendo en este sentido la lectura, para aquellos que no lo hayan hecho, del artículo de Juan Antonio Gisbert en la edición del pasado domingo en la que expone que otra política económica pudo ser posible.

Decía Simon Kuznets, Nobel de Economía, que la desigualdad en la distribución de los ingresos es un proceso normal que ocurre cuando se produce una «revolución industrial». Esta hipótesis podría justificar hoy el incremento de la desigualdad. Kuznets aseguraba que la desigualdad se reduce «gracias al incremento salarial de las rentas más bajas a medida que la sociedad se va adaptando al nuevo entorno y el capital humano va adquiriendo las habilidades necesarias para participar en el proceso productivo».

Todo gira ya en torno a la red, incluido una de nuestras tablas de salvación como ha sido y es el turismo hasta el punto que algunos, los menos, ya se replantean el modelo.