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Ánxel Vence

La guerra santa de "El Cordobés"

Un sujeto disfrazado de Che Guevara en versión cutre salió el otro día por la tele para amenazar a los españoles con el regreso de las tropas de Almanzor y el consiguiente baño de sangre entre las filas de los infieles. Por suerte para ellos, se olvidó de nuestros amigos portugueses, que también formaban parte de Al Andalus. Nada de nuevo había en el anuncio, perfectamente adaptado a los cánones multiculturales en vigor. Lo que en realidad suscitó la atención -y cierto cachondeo- del público amenazado es que el portavoz del ISIS fuese un tal Pérez, al que sus compañeros de armas apodan "El Cordobés", como al torero. Si a ello se añade que la madre del improbable diestro se llama Tomasa y luce entre sus apellidos uno tan racial como el de Mollejas, parece lógico que la gente se lo tomara un poco a broma. O estamos a la guerra santa o estamos a las mollejas, que son entresijos de res entre los que pudieran incluirse los del cerdo, animal impuro y nefando.

Más cómico parece aún que el Estado Islámico esté planeando una especie de Reconquista de la Península Ibérica que, a su vez, había sido ya reconquistada por los cristianos a los musulmanes en tiempos de Fernando e Isabel. Estaríamos hablando de una Contrarreconquista o algo así, concepto que a estas alturas del milenio no puede sino suscitar el asombro.

Olvidada ya la época imperial, lo cierto es que los españoles no se meten con nadie: y quizá por eso sorprenda la manía que tan tardíamente empiezan a profesarles por ahí afuera e incluso por adentro. Tanto es así que hasta participan de ella algunos de los propios españoles que, en un arrebato de casticismo, han llegado a la conclusión un tanto exagerada de que en realidad son daneses.

Esta reciente hispanofobia responde a agravios viejos. Los que invocaba días atrás el portavoz Pérez, del Estado Islámico, se remontan a cinco siglos, que ya es tener memoria. "El Cordobés", que nada tiene que ver con Manuel Benítez, reprocha a la actual España la expulsión de los moriscos hace quinientos años. También los judíos fueron deportados entonces, aunque por fortuna el Estado de Israel no ha planteado reclamación alguna sobre este delicado asunto.

Ya puestos a darle marcha atrás al reloj de la Historia, podríamos llegar a situaciones de lo más divertidas. Los actuales romanos, un suponer, estarían en su perfecto derecho de exigir el dominio de la provincia hispana que perdieron hace un porrón de siglos. A fin de cuentas, la vieja Roma nos dejó los idiomas romances que se hablan en la Península, el trazado de las carreteras, el Derecho, los acueductos y hasta el faro de la Torre de Hércules. Títulos más que suficientes para exigir la restauración del Imperio Romano, que tanto hizo por civilizar a los bárbaros que hace ya dos mil años abundaban por aquí en casi tan grande proporción como ahora.

Pocas bromas, en todo caso, con las amenazas del Estado Islámico, aunque su portavoz se apellide Pérez y sea hijo de Tomasa. Solo es cuestión de tiempo y de azar que alguna de esas organizaciones dedicadas al exterminio de infieles se haga con una bomba atómica de bolsillo y, según sus hábitos, la haga detonar en alguna ciudad bien poblada de kafires impíos. Maldita la gracia que nos iba a hacer entonces la anécdota de que su portavoz tenga nombre artístico de torero.

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