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Puertas al campo

Un agosto intranquilo

Mes que incluía lo terrible de Barcelona/Cambrils/Alcanar y sus secuelas políticas. Pero ya había violencia de guerra en Afganistán, Siria, Irak, Yemen, Somalia, Libia o República Centroafricana. Se producían roces fronterizos entre India y Paquistán y entre India y China, estos tres últimos más peligrosos que los anteriores ya que esas potencias disponen de arsenal atómico como para producir un «invierno nuclear» que nos alcanzase a los humanos situados a miles de kilómetros.

Teníamos elecciones problemáticas en Kenia y Ruanda que anunciaban la violencia posterior con cifras de muertes superiores, en pocos días, a cuatro meses de confrontación callejera e institucional venezolana.

Pero las incógnitas se referían a Venezuela y a Corea del Norte. Confieso que, en el primer caso y al margen de mi interés personal por tener amigos allí, no acababa de entender por qué tanto énfasis en una situación de la que, aparentemente, hay otras semejantes y de las que se habla poquísimo. Con el tiempo y la lectura he ido entendiendo: primero, cherchez l'argent, es decir, hay dinero de por medio y se juega al ajedrez de quién consigue el contrato, aunque el ganador esté entre los acusados en la Gürtel; segundo, cherchez le pétrole, Venezuela tiene reservas importantes, es el tercer proveedor de Estados Unidos y hay intereses políticos de terceros, es decir, de Rusia y China, países que han apoyado la convocatoria y los resultados de la Constituyente. Rusia sigue jugando a política, aunque ahora ya no puede utilizar el instrumento que usó durante la Guerra Fría, a saber, el fantasma del comunismo. Y la China, que no dispone de mucho petróleo y por eso usa tanto carbón no muy ecológico, juega a la geoeconomía: invierte, presta, compra con independencia de cuál sea el color político de su socio en ese momento. No es una ONG: quiere algo a cambio. Como hacen todos los demás, aunque lo cubren con pudorosos velos de «intervencionismo humanitario» y exclusiones, que es con lo que amenaza Trump para inmiscuirse y salvar al país de la dictadura, desabastecimiento, hundimiento del PIB y aumento de desigualdad por causa de la corrupción bolivariana. Todo ello en el contexto local de acción-reacción, en una espiral de confrontación que puede terminar en guerra civil con brigadas internacionales, sobre todo chavistas, que seguro los más viejos del lugar recuerdan para España.

Después ha estado el asunto de Corea del Norte en el que, aparentemente, dos psicópatas sentían la tentación de apretar el mítico «botón rojo». Fue una exageración. Pero los ciudadanos estadounidenses que viven en Guam (y que, por cierto, no pueden votar en las elecciones presidenciales de su país) no las tenían todas consigo. Hay, de todas maneras, un elemento en común con el caso venezolano: la espiral de confrontación, solo que aquí, de momento, ha sido verbal: yo amenazo, tú amenazas y así sucesivamente? hasta que a alguien se le ocurriese dar un paso físico y ya no solo verbal. El problema de las armas nucleares es que no necesitan grandes despliegues de tropas (aunque Obama dice que, si se da ese paso, harán falta más tropas en el Pacífico) y el «Estado profundo», la maquinaria militar, los burócratas de empleo fijo no se convierten en un freno eficaz para la decisión del (no tan) Amado Líder. Digo lo mismo que con India-Paquistán: aunque la confrontación sea tan lejana, los efectos del «invierno nuclear» llegarían a todo el Hemisferio Norte como ya modelizó Karl Sagan en plena Guerra Fría y, terminada, se supo que los soviéticos habían llegado a las mismas conclusiones: MAD, loco en inglés, pero también siglas de Destrucción Mutua Asegurada. ¿Serpiente de verano? No creo.

No se me puede olvidar la canícula de este verano «inusualmente» caluroso y húmedo. De seguir esta tendencia, en 2100 podrían haberse producido muchas muertes causadas por esa mezcla de temperatura y humedad en el Sureste Asiático. Aquí lo curioso ha sido el intento (minoritario) de convertir este episodio en «prueba» del calentamiento global. Lo siento, pero la prueba no se puede basar en episodios por espectaculares que sean, sino en tendencias, temperaturas medias y modelos que, por definición, excluyen muchos factores relevantes (nadie puede hacer un mapa a escala 1:1). Esta «defensa» popular tiene tanto sentido como los tuits de Trump que negaban el calentamiento global basados en un invierno inusualmente frío en algunos estados americanos.

Ha habido más: El Prat y el intento de manipular la confrontación laboral para convertirla en argumento pro/anti-secesionista o la turismofobia más o menos anticapitalista. Comparativamente, minucias.

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