Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

P.J Harvey en concierto

Aún con el amargo sabor de los atentados en la boca, el pasado miércoles 23 de agosto nos acercamos al Pueblo Español de Montjuic a presenciar el concierto de Polly Jean Harvey.

Además de cantautora, PJ, como se la conoce entre sus seguidores, es una escultora que combina la música, la pintura y también la fotografía. Disciplinas que ha podido desarrollar a lo largo de una larga carrera discográfica que ha producido nueve álbumes.

Como muchos, sucumbí ante la artista de estética «timbartoniana» desde que en los noventa me empapara de discos como el Dry, To bring you my love, o el Ride of me.

Ya entonces PJ mostraba una autenticidad inusual y se declaraba seguidora de Patty Smith y de Nick Cave, con quien, por cierto, mantuvo una discreta relación.

Es una artista que hace cero concesiones. Sobre y también fuera del escenario.

Confesó abiertamente que detestaba las entrevistas por considerarlas una intromisión en la intimidad y que se veía obligada a hacerlas únicamente para dar a conocer su trabajo. Tampoco ha sido nunca partidaria de responder a los mensajes de sus fans. No es nada fácil encontrar detalles sobre su vida privada.

Renuncié a verla en el Primavera Sound del 2016. Detesto los festivales; huelen a cerveza y a orín, y una tiene que ir sorteando la basura a oscuras, yendo a ciegas de un escenario al otro. En cambio, en la plaza del Pueblo Español es fácil entrar y salir, y las dimensiones de la misma son perfectamente asequibles.

Iba con mi amigo Morti, también cantante de rock. Asumimos con resignación una cola de progres cuarentones que parecía interminable. Me fijé en que las chicas tenían un estilo muy personal; cortes de pelo inverosímiles, taconazos de aguja, faldas de cuero ajustadas, mucho negro combinado con colores chillones, y algún que otro tatuaje.

Debíamos ser alrededor de tres mil personas. Nos colocamos al final para poder tener una buena perspectiva del escenario. Empezó a llover. Morti sacó su paraguas. ¿Llevas paraguas también en verano? El único paraguas negro de entre el público era el nuestro.

Una de mis conclusiones del concierto es que a sus cuarenta y siete años, PJ goza de una voz maravillosa, bien colocada y llena de matices. Además, en su último trabajo, The hope six demolition Project ha explorado nuevos horizontes creativos y ha registrado agudos tan cristalinos y brillantes como los de cualquier musical. Esos que ya apuntaba en otros discos y que siempre ha gustado de mezclar con sus imponentes graves.

P.J desprende aún esa fuerza rock y, a la vez, en esta etapa de su vida, muestra sin complejos su cara más dulce. Eso sí, sobre el escenario, como decía antes, concesiones cero.

La puesta en escena del concierto era oscura y sobria. Una especie de muro de cemento con cuadrados que recordaba a algo parecido a unos nichos. Cada quien imaginó algo distinto. Yo visualicé un bolardo gigante. Regueros de luces blancas, y los nueve componentes de su banda, vestidos de negro riguroso, entraron cual marcha fúnebre al son de tambores e instrumentos de metal. Entre los nueve músicos que la acompañaban ella, saxo en mano, con su chaleco de plumas negro-verdosas parecía un pajarillo.

La primera parte del bolo fue tan árida que un chico trataba de bailar pero al seguir los cambios de dinámica y tempo de las estrofas más bien parecía tener espasmos. Y en los estribillos, en vez de subir o abrirse, la banda bajaba aún más el tempo. Decidí permanecer inmóvil, sólo con los ojos bien abiertos.

En la segunda parte, la banda logró levantar al público con alguno de sus temas más conocidos, como el Bring you my love o Down by the Water, para luego volver a dejarlo caer, sin piedad alguna.

Sólo ella, la reina del rock más independiente y oscuro puede permitirse hacer algo así y salir del todo victoriosa.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats