Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

La andanada

Huella y ejemplo de Manolete

Los años acabados en 7 vienen marcados en lo taurino por la conmemoración de Manolete. Nació el 4 de julio de 1917 en Córdoba y murió en Linares la madrugada del 28 al 29 de junio de 1947. Solo necesitó de ocho años para darle la vuelta a la concepción del toreo y para convertirse en uno de los personajes más mágicos y misteriosos del siglo XX. A la trilogía decimonónica del «parar, templar y mandar» añadió el cordobés la cuarta dimensión de «ligar» los muletazos, vagamente anunciada por su padrino Manuel Jiménez «Chicuelo» en Madrid el 24 de mayo de 1928 durante su antológica faena al toro «Corchaíto» de Pérez Tabernero. La foto de la alternativa de Manuel Rodríguez el 2 de julio de 1939 se presenta, pues, casi como una revelación y una continuidad.

Ya hemos dicho en más de una ocasión que este año de centenario ha pasado demasiado inadvertido. Mucho más se debería haber llevado a cabo por instituciones y agentes taurinos para realzar el nombre y figura de un artista excelso, revolucionario y honrado que debiera seguir sirviendo de guía para quienes aspiran a toreros. Solo José Tomás, ese mesías intermitente que siempre le ha rendido pleitesía, ha podido reivindicar en algunos momentos la verdad de la figura del gran diestro cordobés. La sombra de Manolete es alargada, como la del ciprés monolítico que supone su recia tauromaquia. Aún hoy, cuando se visualiza la faena a un toro sardo de Coaxamalucan, de nombre «Platino», la tarde del 17 de febrero de 1946 en la monumental plaza México, queda uno impactado ante el prodigio. México, tan cálido y presente. Pocos toreros resisten al paso del tiempo como él.

Aunque se anunció en más ocasiones, los percances dejaron el número de actuaciones de Manolete en Alicante en doce, cifra importante si nos atenemos a su corta vida profesional. La primera, el 23 de junio de 1940. La última, el día de San Pedro de 1947. Ya en esa fecha, y en este mismo diario, el monstruo anunciaba en una entrevista su firme decisión de retirarse al acabar esa temporada. Entre medias, diversos hitos manoletistas. Por ejemplo, aquel viaje en avión que le trajo a Alicante y luego le llevó a Madrid el 6 de mayo de 1945. O aquella faena maravillosa a un toro del Conde de la Corte el 28 de junio de 1943 que volvió loco al público y también al cronista de «Dígame» Ricardo García «K-Hito», quien durante la vuelta al ruedo del torero le arrojó su cuaderno a los pies con una sola palabra escrita: «¡¡Monstruo!!». A partir de ese día, tal apelativo le seguiría al cordobés por toda la eternidad. Y otro dato en nuestra plaza, este negativo, cuando un toro de Curro Chica le volteó y le rompió la clavícula. Corría el 29 de junio de 1945. Y, sobre todo, el olor a triunfo casi siempre.

Y en el recuerdo también, en las palabras sabias de Miguel Lizón, aquella IX Corrida de la Prensa el 12 de octubre de 1944 forzada por el diestro cordobés para resarcirse de su anterior actuación ante los alicantinos con ganado poco propicio. ¿Por qué, si no lo necesitaba? «Por respeto a la afición».

Luego la historia de los necios le endosó falsas y terribles leyendas urbanas nunca probadas. Lo cierto, lo verdadero, fue que M anuel Laureano Rodríguez Sánchez dio su vida por el toreo. «Su apodo, Manolete. Islero, el de la fiera. / La fecha, de un agosto. La plaza, de Linares». Sí, el día 28, «miuras» y en Linares. «Por respeto a la afición». Y luego el plasma maldito del doctor Jiménez Guinea le dio el paso definitivo a la gloria de las leyendas que mueren jóvenes y habitan para siempre jóvenes en nuestras retinas.

En los tiempos de la posguerra que le tocó vivir, desde ambos bandos le quisieron, y a todos, por compatriotas, les honró sin distinción. Hasta se enamoró de una «roja» libertina, Lupe Sino en los carteles cinematográficos, Antoñita Bronchalo en la intimidad, a quien no dejaron ser su legítima esposa y heredera entre Camará, su apoderado, y Álvaro Domecq, su albacea y amigo. Convenía elevar la imagen del amor maternal en una España ultracatólica y gestionar el amplio patrimonio del cordobés a ambos lados del Atlántico. Lupe Sino, claro, estorbaba. Romance de película el suyo, que Menno Meyjes llevó con desigual acierto al celuloide en escenas grabadas también en nuestra ciudad.

Pero Manolete fue, sobre todo, el toreo. Tenía el pellizco de la solemnidad, de la gravedad en todo cuanto realizaba en el ruedo. Hasta un lance trivial como la manoletina la convirtió en trance egregio. «Aquel que las arenas pisó con más firmeza» y que, también en versos de Rafael Duyos, «tuvo en su mano izquierda (...) el divino secreto natural de la gracia. / ¡Un aire de leyenda le llora en mil cantares!».

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats