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Jorge Fauró

Opinión

Jorge Fauró

Catalanes y gallegos

Una de las peculiaridades de un Estado plurinacional pasa por la inevitable existencia de rencillas, la indiferencia apenas disimulada y una admiración entre regiones que se acepta a regañadientes, sin que se note. Cataluña, como Madrid o Euskadi, pertenece al grupo de las autonomías poderosas, ricas, bajo la mirada permanente del resto, no vaya a a ser que el Estado las mime más de la cuenta y se acentúe la brecha interregional. Ya saben, el Real Madrid, el Barça,... y luego todos los demás. Madrid, siempre bajo sospecha (su centralismo, su capitalidad, la sede de la Monarquía, del Gobierno), es sujeto y sustantivo de cuanto nace de las instituciones del Estado. Madrid hace esto, Madrid hace lo otro, Madrid ordena, Madrid dispone... como si los madrileños pudieran decidir el juicio final de los españoles. Ya ven.

Por poderío económico, influencia cultural, su burguesía, el seny, por ser la cuna de Dalí, de Miró, de Serrat y hasta de Loquillo, y por la referencia internacional que representa Barcelona, a Cataluña le ocurre eso mismo. Nada de lo que allí acontezca, bueno o malo, resulta indiferente. Poco después de los atentados, el uso del catalán se elevó a un nivel de importancia parejo a las 15 vidas que segó el fanatismo. Esto no pasa cuando Alberto Núñez Feijoo y el 90% de sus paisanos de Orense hablan gallego en el telediario. A nadie sorprende y a nadie molesta. Nadie se queja. Es otro idioma pero son de los nuestros. Lo mismo que cuando Ximo Puig utiliza el valenciano en Ferraz si se le pregunta en su lengua. Luego, no es el catalán lo que irrita, sino quizá el miedo a la diferencia, a la osadía del poderoso, a la evidencia de que algunos no piensan como nosotros.

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