El trágico atentado terrorista ocurrido hace unos días en Barcelona y Cambrils nos ha despertado de ese sueño en el que creíamos vivir según el cual los ataques terroristas de corte yihadista ocurrían siempre en un país que no era el nuestro, lejano como estaba ya el 11M de Madrid. Sabíamos que podía pasar en cualquier momento pero gracias a las detenciones policiales practicadas en los últimos años de miembros pertenecientes a grupos islamistas radicales fuimos esquivando lo que finalmente ha ocurrido.

A pesar del terrible balance de 15 personas fallecidas y más de un centenar de heridos, la explosión de la casa laboratorio de Alcanar un día antes de los atentados que se perpetraron en estas dos localidades catalanas, desbarató lo que hubiera sido un atentado mucho mayor si se hubiesen utilizado las tres furgonetas bombas cargadas de explosivos y bombonas de butano que fueron encontradas por la Policía. Son muchas las incógnitas que ahora, transcurridos varios días y desde la facilidad que nos otorga conocer los hechos, se abren ante nosotros. Por un lado, vuelve a ponerse de manifiesto la laguna legal en la que nuestra legislación civil parece haberse instalado respecto a las casas ocupadas ilegalmente. El chalet que utilizaron como base de operaciones y que explotó matando a dos terroristas en el acto fue ocupado hace más de un año por la célula yihadista ahora desaparecida sin que nada ocurriese. Debe establecerse un sistema para que en el caso de que se detecte una casa ocupada de manera ilegal la Policía se presente de manera inmediata y, por tanto, que desaparezca esa idea buenista que se ha extendido en España por la que si se entra en una casa dando una patada en la puerta ya no hay quien te expulse.

Por otro lado, se vuelve a poner de manifiesto la nula presencia e importancia de la mujer en el ámbito familiar islámico. Las declaraciones espontáneas en mitad de la calle de mujeres con sus cuerpos completamente cubiertos a excepción del rostro, madres y hermanas de los terroristas fallecidos, afirmando que no sabían nada de las intenciones de los asesinos, son del todo creíbles. Da igual que lleven más de 30 años viviendo en España. Las familias que provienen de Marruecos y cuyos hijos nacen en España ?o llegan con muy pocos años? siguen imitando el modelo islámico de separación de hombres y mujeres por el cual la madre a partir de que los hijos varones cumplen los 15 años dejan de ejercer ninguna autoridad o vigilancia sobre ellos. Los jóvenes pasan a criarse en la calle, en los cafés (sin presencia femenina) o en las mezquitas (también sin presencia femenina). Sólo así puede entenderse que diez jóvenes de edades comprendidas entre los 16 y 24 años estuviesen haciendo viajes de manera continua a diferentes lugares de España y Francia en compañía del imán salafista de Ripoll, Abdelbaki Es Satty, sin que nadie de sus respectivas familias advirtiese lo que estaba ocurriendo. Aquellos que hemos viajado por Estados islámicos sabemos la situación en que se encuentran las mujeres en aquellos países, sojuzgadas, apartadas de la vida diaria y escondidas, además, detrás del chador o del niqab. Siempre es triste ver en España a una joven tapada con esa clase de pañuelo: me recuerdan lo que vi en mis viajes de juventud. La religión es otra cosa.

En tercer lugar, hay que resaltar las escandalosas y sorprendentes declaraciones del imán de la Comunidad Islámica de Alicante, Muhammad Diyab, hace unos días en este periódico, en las que advertía que en las mezquitas de menor tamaño no hay ningún control sobre los imanes que éstas contratan. De las 1.200 mezquitas que hay en España en la actualidad sólo 30 tienen un imán con la formación adecuada. Sin entrar en polémicas que deriven en la creación de un ambiente anti islámico es evidente que tiene que haber un control estatal mucho mayor del que ha habido hasta ahora. Si la Comunidad Islámica no es capaz de controlar y por tanto de contratar a imanes con la formación en derechos humanos acorde con el país en el que viven, la Administración con competencia debería revisar el número de licencias concedidas para abrir mezquitas. No se trata de encontrar chivos expiatorios pero sí de evitar tragedias como la ocurrida.

Y en cuarto y último lugar este atentado ha puesto de manifiesto que ya no existe un único patrón de futuros terroristas dispuestos a morir haciendo todo el daño posible. Ninguno de los seis terroristas abatidos por la policía respondía al típico patrón de radical yihadista, ni en sus costumbres ni en su aspecto físico y mucho menos en su edad. Desde hace siglos Europa se enfrenta cada cierto tiempo a la barbarie de la religión llevada al extremo. Como ya hicimos los españoles en nuestra lucha contra ETA y sus correligionarios, ahora nos toca hacerlo de nuevo contra otra clase de terrorismo que odia nuestra democracia. Volveremos a vencer.