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Antonio Sempere

En pocas palabras

Antonio Sempere

¿Predominio?

Yo comprendo que para la Generalitat Valenciana era poco menos que un «papelón» reconocer que en una de las tres capitales de la Comunidad la lengua predominante en la ciudad era el castellano. Aunque lo sabían, vaya si lo sabían. Pero hicieron como que no para ver si colaba. Y como dice el tópico, de aquellos polvos vienen estos lodos. Han pasado casi 40 años desde que el Estatuto de Autonomía echase andar y la realidad es que el castellano, lejos de resentirse, se ha posicionado y normalizado como lengua vehicular de los alicantinos.

Hablamos de Alicante ciudad, de sus 330.000 habitantes empadronados en 2017, y ahí sí que no caben dudas. Hablar de ciudad de predominio lingüístico valenciano es una verdadera quimera. Una falsedad. Algo que no se ajusta en absoluto a la realidad. Podemos recorrer calles, establecimientos públicos, centros comerciales, bancos, poner el oído en los supermercados del centro o de cualquiera de sus barrios; podemos incluso observar cuando alguien habla por el móvil qué lengua emplea con su interlocutor; hacer el experimento por el día y por la noche, en pleno verano o en pleno invierno.

Hace poco tuve ocasión de ver el documento audiovisual Alicante, ayer y hoy, editado por el Ayuntamiento de Alicante en 2014, realizado por Pedro Sánchez y narrado por Javier Cabrera. Se trata del rescate de una serie de fotografías del Alicante antiguo y su transposición a imágenes en vídeo de cómo son estos mismos lugares en la actualidad. No vemos nada que no sepamos. Contemplamos la Montañeta cuando era Montañeta. Vemos aquellos tiempos en los que la calle del Teatro se abría paso a duras penas entre el peñasco. Apreciamos cómo cuando se construyó la Diputación hace menos de un siglo, emergía en una avenida de la Estación prácticamente despoblada. Vemos la propia estación de ferrocarril tan lejos de todo. O la plaza de toros en la periferia de la ciudad. Con un camino a San Vicente, que no carretera, completamente despoblada. Divisamos un Hospital Provincial, hoy Marq, sin construcciones alrededor.

De ahí que difícilmente se pueda aludir a qué lengua se empleaba hace un siglo en barrios, parques, paseos y bloques que, sencillamente no existían. Lo cierto es que a fecha de hoy, cuarenta años después del arranque autonómico a pleno rendimiento, lo que se escucha tanto en los barrios de nuevo cuño como en los tradicionales es el castellano. En lugares como la Biblioteca Provincial, en la taquilla de los cines y en su interior, en el Archivo Municipal, en los supermercados, en Hacienda, en la iglesia de Nuestra Señora de Gracia o en San Nicolás, en los mostradores de los centros de salud cuando se piden citas, en salas de espera, en el Hospital, en el teléfono de la esperanza o en las cafeterías de la plaza de los Luceros, en las paradas de taxis y bus. Cuando muy de largo en largo (pueden pasar meses sin que se produzca) escucho a alguien usar el valenciano, me da un cosquilleo en el estómago que me reconcilia con el lugar. Enseguida, curioso y imprudente, pregunto al hablante de dónde es. Si me dice que alicantino me da alegría. Siento alivio. Porque no hay nada que me produzca más desazón que un no lugar, sin raíces, sin identidad. Pero vamos, que el predominio lingüístico, abrumador, es el que es. Y es en este contexto en el que nos encontramos. Por mucho que diga la Administración. No lo olvidemos.

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