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Joaquín Rábago

El laberinto afgano

Decididamente, los votantes de Trump no tienen remedio. La cadena estadounidenses CNN reunió el otro día a un grupo de ellos, incluida una mujer de color, y les preguntó qué pensaban de su nueva estrategia afgana.

Todos ellos manifestaron su total aprobación porque demostraba una vez más, según explicaron a la estupefacta entrevistadora, que el Presidente cumple lo que promete.

Cuando se les dijo que el mismo Trump admitió haber cambiado su postura inicial tras escuchar a los generales que le asesoran, sus incondicionales respondieron sin inmutarse que sus razones tendría para ello.

Parece claro que los asesores militares de un presidente que se las arregló en su día para no ir a la guerra del Vietnam se han impuesto a quien era hasta hace poco su particular Rasputin, el torvo Steve Bannon.

Este último, que ha vuelto a dirigir su incendiario portal Breitbart News, era partidario de enviar en cualquier caso a luchar contra los talibanes no a más militares sino a mercenarios de alguna empresa de seguridad privada.

Da igual: no parece que ni con 12.000 militares estadounidenses que quiere Trump en lugar de los 8.400 que hay allí ahora, sumados a los de otros países aliados, entre ellos Alemania, vaya a conseguir aquél su objetivo declarado, que ya no es ayudar a construir un Estado viable, sino a "matar a los terroristas".

Y, sin embargo, lo que necesita ese país étnica, religiosa y políticamente plural es un Estado que funcione gracias a un difícil equilibrio entre grupos que ahora sólo se dedican a combatirse entre sí.

No logró el presidente Obama debilitar a los talibanes incrementando en un primer momento la presencia internacional hasta un total de 140.000 militares y difícilmente los va a conseguir ahora Trump con el refuerzo anunciado.

Sólo en el primer semestre de este año han muerto en aquel país 1.700 civiles; las pérdidas en las Fuerzas Armadas afganas siguen siendo muy elevadas y los talibanes no hacen más que aumentar su control del territorio.

Se dice que ha habido avances, que al menos ha habido elecciones, pero, como señala el codirector del Afganistan Analyists Network, Thomas Rutting, no se puede hablar de democracia.

Los afganos han elegido a un presidente, pero hace tres años que deberían haberse celebrado las legislativas, con lo que hay ahora allí un sistema supercentralizado, sin equilibrio de poderes y con un Presidente del que uno de cada dos afganos cree que sólo defiende sus intereses y los de su grupo.

Mientras tanto, un diez por ciento de la población vive del cultivo de opio, y el contrabando de estupefacientes es algo que, como explica Rutting, dominan mucho mejor que la política las mafias que operan en Kabul y su provincia.

El presidente Trump señala ahora con el dedo a Pakistán, a cuyos servicios secretos acusa de proteger a los talibanes, y hace en cambio avances a su mayor enemigo, la India.

Tal vez pretende con ello irritar a China, país con el que Pakistán mantiene últimamente una colaboración muy estrecha. Pero es un juego peligroso. Pakistán y la India son potencias nucleares. Y al conflicto con Corea del Norte y al que parece empeñado en buscar Trump con Teherán podría añadirse otro nuevo.

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