Los sucesos de Charlottesville han puesto de manifiesto que el supremacismo blanco, el Ku Klux Klan y el nazismo no se han extinguido. El caso James Damore, joven ingeniero despedido por criticar en el memorándum La caja de resonancia ideológica de Google, las políticas de discriminación positiva de la mujer de la multinacional siguen demostrando que el supremacismo masculino sigue vivito y coleando.

¿Por qué nos alarman y desasosiegan tanto estos acontecimientos? Porque avergüenza constatar que en las zonas más ricas del planeta y entre la élite joven de las empresas más avanzadas del mundo siguen existiendo el racismo y el machismo. Y que tal vez no sea una casualidad que haya llegado a la Casa Blanca antes un negro que una mujer.

El término feminazi fue popularizado a finales de la década de los noventa por Rush Limbaugh, un locutor norteamericano vinculado al Partido Republicano y hoy en día admirador de las políticas del presidente Donald Trump. Hizo uso del sarcástico y denigrante término para referirse al conjunto de mujeres que defendían el derecho a decidir si querían ser o no madres. Duele constatar que el término sigue de moda entre los hombres jóvenes e incluso entre mujeres jóvenes españolas, generalizado para referirse a las mujeres ?curiosamente no a los varones, que también los hay? que prestamos nuestra voz para recordar que la sociedad sigue siendo machista y está infectada de arriba abajo de micromachismos.

Como mujer joven y feminista tengo que aguantar con frecuencia que muchos compañeros y amigos de alrededor de veinte años de edad me digan que soy una quejica porque, según ellos, el machismo ya no existe. ¿Cómo es posible que hagan oídos sordos a datos como que las denuncias por violencia machista han aumentado un 26% en el último año o, como desvela el Ministerio de Interior, que cada ocho horas, una mujer es violada en España?

Pronto hará un año que los medios difundieron la grabación de Narkis Yakoulev, un joven de veinte años, dando una brutal paliza a su pareja en un zaguán de Sant Joan d'Alacant. ¿Tan pronto se han olvidado esas imágenes?

Desconozco si el lector lo ignora o no, pero las jóvenes tenemos miedo a ir solas por la calle y cruzarnos con un grupo de hombres jóvenes. ¿Por qué si llevo una falda corta estoy provocando a los hombres? Nunca he visto ni oído que un hombre haya sido violado por quitarse la camiseta. Nunca he leído el testimonio de un hombre que afirme haber pasado miedo a la vista de un grupo de chicas.

Sí, existe la violencia de género en ambas direcciones, pero cuantitativa y cualitativamente, es a nosotras a las que apalean, violan y asesinan por haber nacido biológicamente mujeres.

Muchas personas consideran que en contraposición al machismo existe un término denominado hembrismo. Hay una corriente humanista ampliamente extendida en la juventud que acepta que la mujer es una persona. ¡Gracias, hombre!, pero de ahí a que sea considerada como una persona igual hay todavía un largo trecho.

Cuando proponemos medidas sociales o políticas para mitigar esas diferencias, nos llaman «hembristas», como si tal concepto no necesitara para sustentarse una sociedad matriarcal que, como es evidente, no se atisba por ningún lado.

«No os dejéis violar», nos dicen. «Sin denuncia nada se podrá hacer», aseveran. Pero nos siguen llamando feminazis y hembristas, o lo que es peor, nos continúan violando y matando, no por ser pobres, ni de otra raza, ni de otra religión, ni de otra ideología: sólo por ser mujeres.

Tal y como indica @Srtabebi en Amor y Asco: «Nos ha salido feminista. No. Os he salido de la jaula».