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Francisco Esquivel

Tiene que llover

Francisco Esquivel

Que nos lleve la corriente

Un periodista de este contorno nuestro va a meterse entre pecho y espalda 81 kilómetros a nado por el Ganges, uno de los ríos más contaminados del mundo. La situación es desesperada y grave. Metí la cabeza en una redacción y empecé la carrera en la facu el mismo año en el que se vio forzado a dimitir Nixon tras añadas resistiéndose como un cosaco, de modo que lo que sí hubiese tenido mérito habría sido aspirar con todo el alma a ser portavoz gubernamental. Pero España tenía tantos deberes pendientes que la mera idea de estropear la fiesta a cualquier teniente alcalde arrogante ponía al más pintado. La prensa, no obstante, fue más allá. Coadyuvó a la instauración de un tiempo nuevo y, una vez asentado, se soltó de la mano y puso a los aprovechados a caldo. Sabido era que nadie iba a agradecérselo y, de hecho, ya no lo hacen ni los bien alimentados lectores. Hoy éstos no tienen en su inmensa mayoría reparo en dejarse los cuartos en plataformas que le sacan un ojo de la cara por el furbo o atiborrarse a series en Netflix o hachebeó y, sin embargo, les cuesta Dios y ayuda apoquinar una miseria por seguir contando con la información que algo ha influido en el estado del que ahora disfrutan. Encontrar, por tanto, un medio que le dé a sus Woodward y Bernstein una buena temporada dedicados en exclusiva a sacarle las vergüenzas a los poderosos tontolabas que cortan la respiración es una tarea tan ilusoria que uno prefiere mil veces buscar la condenada aguja en el pajar. A pesar del deterioro, el periodismo puro y duro era sagrado para este estilo de vida. El colega que está a punto de tirarse al río en la India lo notará calentito, no le quedará otra que apartar con sus brazadas restos de animales y humanos puesto que asomarse al espejo hasta el último día es un privilegio y, pese a esos inconvenientes, los hindúes llevan a los críos a clases de natación en las aguas del Ganges para que, con el espíritu inoculado, una vez se hagan mayores no los arrastre la corriente putrefacta que les aguarda fuera. Igualito.

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