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Puertas al campo

Fantasías pre-otoñales

Los sucesos de Barcelona/ Cambrils alteraron momentáneamente la retórica dominante. Nadie hablaba de causas ni de los presuntos motivos (¿racionales?) de los asesinos que daban por supuesta la unidad de España y actuaban bastante alejados de cuestiones religiosas. Se hablaba de solidaridad, unidad, libertad y democracia. Pero tarde o temprano volvimos a las andadas. Calendario manda. La fantasía que propongo parte del supuesto de que, en sus respectivas luchas por el poder, los políticos locales serían algo más racionales.

Fueron, pues, razonables y cambiaron la Constitución. No era la primera vez. Ya tenían experiencia con las dos anteriores. Solo necesitaban apoyo en el Parlamento, pero lo tenían asegurado: los independentistas creían que así su «movilización» (como dirían los de Ada Colau) se convertiría en referéndum con todas las de la ley (nunca mejor dicho), los nacionalistas vascos pensaban que se les abría un camino para seguir las huellas de Ibarretxe y los unionistas estaban convencidos de que ganarían, ya que tenían a su alcance todo tipo de argumentos racionales para motivar el «No» en Cataluña (porque en el cambio constitucional ya se decía que los que tenían que votar eran los empadronados en el lugar, no el resto de España o de Europa). Y se inició la campaña.

Los independentistas recurrieron a los sentimientos. Al llamado «sentimiento nacional», que es una forma muy reciente de responder a la pregunta sobre la propia identidad. Pero también a asuntos como «España nos roba», «son el Magreb y nosotros Dinamarca», el «Som i serem gent catalana tant si es vol com si no es vol» de la Santa Espina y «Catalunya triomfant, tornarà a ser rica i plena» de su himno nacional. En el fondo, un sentimiento difícilmente definible, pero muy profundo? en una parte de la población empadronada (37 por ciento según encuestas de la propia Generalidad).

Los unionistas recurrieron a la racionalidad económica aderezada también con sentimientos nacionalistas propios. Eso sí, dando pábulo a los independentistas al incluir ironías sobre el «Senyor Esteve» y los «botiguers». Lo que querían mostrar al hipotético 60 por ciento restante era que no les convenía la independencia. Y ahí surgieron algunos problemas ya que disponían de tres modelos diferentes para demostrar la racionalidad económica.

Teníamos, por orden de aparición, el que se puede llamar «modelo FAES», del think tank de José María Aznar, expresidente del Partido Popular: «20 preguntas con respuesta sobre la secesión de Cataluña», en castellano, catalán e inglés. Muestran que no hay tal satisfacción identitaria, los efectos económicos serán catastróficos y los objetivos reales no están claros. Ese año se publicaba És l'hora dels adéus del economista Sala-i-Martin que demostraba el carácter claramente beneficioso de la independencia para Cataluña, ideas que compartía con un grupo de prestigiosos economistas (es decir, que trabajan en los Estados Unidos). Finalmente, está el libro de Josep Borrell y Joan Llorach, Las cuentas y los cuentos de la independencia. Mucha racionalidad (es decir, intersubjetividad) no debe de haber cuando las discusiones han seguido hasta nuestros días. No es una ciencia exacta y, por tanto, carecen de instrumentos para alcanzar el consenso en particular sobre los efectos, por lo menos a medio plazo, de sus decisiones. Así que cada cual escogió, para su campaña, el modelo que encajaba con sus preferencias y posible electorado, no el modelo que encajaba con una realidad inabarcable.

Algunos temas quedaron algo confusos. Por ejemplo, qué pasaría, no a los tres años, sino al mes siguiente de la independencia, con las pensiones en esa zona de la Península que tiene un 18,5 por ciento de mayores de 65 años. Tampoco quedaba claro qué iba a pasar con la deuda pública. No la que Cataluña comparte con el Estado central, sino la propia, que hace que las agencias de rating tengan a sus bonos en la consideración en que los tienen y no es muy buena. Y qué pasaría con el FLA (el Fondo de Liquidez Autonómica), no a los cinco años de la independencia, sino al año. Tampoco quedaba claro si podía producirse un boicot a los productos catalanes como el de, hace años, con el cava. La catástrofe económica que anunciaban para España podría ser igual o peor para la Cataluña independiente. Y sobre el tema de la Unión Europea y el euro se pasaba de puntillas y más ahora que el Front National francés anda dividido respecto a esa moneda.

Pura fantasía. El caso es que vamos hacia la consulta/movilización/referéndum/elecciones plebiscitarias y, pase lo que pase, siempre nos quedará Escocia y Quebec.

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